http://dicc.hegoa.efaber.net
Ayuda alimentaria:criterios operativosKarlos Pérez de ArmiñoLas intervenciones de ayuda alimentaria han sido objeto de múltiples críticas y afrontan numerosos riesgos potenciales. Por ello, es importante subrayar algunos criterios generales que debe seguir a fin de minimizar sus posibles perjuicios y de que resulte útil para el desarrollo y la seguridad alimentaria. 1) Pertinencia o no de la ayuda La ayuda alimentaria no es siempre una opción adecuada. En el caso de la ayuda por programas, ésta es sólo oportuna en el caso de países muy vulnerables, en otras palabras, países muy dependientes de las importaciones de alimentos pero con escasa capacidad financiera para llevarlas a cabo; o bien países poco dependientes de las importaciones pero cuya productividad agrícola es muy inestable y la capacidad de importación es escasa. En ambos casos debe tratarse de países cuya inseguridad alimentaria responda a causas permanentes y no temporales, y que afronten un grave riesgo de aumento de la vulnerabilidad, debido a que no se pueden importar los alimentos necesarios o a que, si se hace, sería a costa de una desestructuración económica. Por el contrario, la ayuda por programas no sería oportuna para países que presenten sólo una pequeña dependencia de las importaciones (es decir, sean altamente autosuficientes) y una escasa fluctuación en su producción agrícola, o que tengan capacidad financiera de importar alimentos (ADE-IRAM, 1995). En el caso de los proyectos, la ayuda alimentaria es pertinente sólo para grupos que sufren inseguridad alimentaria, con una vulnerabilidad estable o en aumento, bien por razones permanentes, o bien por razones temporales que no van a ser capaces de afrontar por sus propios medios y que generan riesgo de desestructuración económica. Para grupos cuya vulnerabilidad está en descenso, o para aquellos en los que está en aumento pero no provoca un riesgo de desestructuración, la ayuda alimentaria no es oportuna, siendo preferibles otras intervenciones de desarrollo. En el caso de la ayuda de emergencia, algunas veces resulta más eficiente una intervención sanitaria, o en materia de agua y saneamientos, incluso de cara a la mejora de la situación nutricional. 2) Cantidad de suministros El volumen de ayuda debe calcularse en función de la situación de inseguridad alimentaria, de la duración del proyecto, del número de beneficiarios y del período de intervención. No deben superar lo necesario. En la ayuda por programas, un incremento excesivo de la oferta en el mercado provocaría una caída en los precios y en las rentas de los campesinos. En el caso de los proyectos, puede generar una peligrosa mentalidad de dependencia respecto a la ayuda. Tanto en la ayuda por proyectos como de emergencia, hay que plantearse si resulta necesario proporcionar una ración completa, o si debe ser parcial con el objetivo de complementar en lo necesario los recursos de los que todavía dispongan (reservas de comida, ingresos, alimentos silvestres, préstamos familiares o comunitarios, etc.). 3) Selección de alimentos En la ayuda por programas, los alimentos que se proporcionen deben disponer de aceptación en el mercado para que puedan ser vendidos fácilmente. En el caso de la ayuda de proyectos y emergencias, es necesario seguir diversos criterios en base a su valor nutricional, su aceptabilidad cultural, sus características logísticas y su coste económico. Por lo general, basta con proporcionar dos o tres alimentos básicos locales y baratos (generalmente cereal, legumbres y, frecuentemente, aceite), pues aunque una dieta satisfactoria requiere también de otros productos, éstos normalmente pueden ser conseguidos por los receptores en el mercado local a veces a cambio de parte de la ayuda recibida. Otros productos procesados e importados, caros y extraños a la dieta, son aconsejables sólo puntualmente y por problemas logísticos (ver ayuda alimentaria: productos y raciones). 4) Lugar de compra de los productos Aunque la mayor parte de la ayuda ha consistido y consiste en el envío por los donantes de productos comprados en sus propios mercados excedentarios, ha crecido el interés por otros tres mecanismos más flexibles y capaces de promover la seguridad alimentaria y el desarrollo: – Las compras locales en el país receptor, idóneas para la ayuda por proyectos cuando en la zona hay sectores necesitados pero se dispone de excedentes alimentarios, siendo particularmente rentables en lugares lejanos o con difícil acceso desde el mar. – Las compras triangulares, que consisten en que la agencia donante compra alimentos en un país del Tercer Mundo para enviárselos como ayuda a otro. La emplean sobre todo donantes no excedentarios, como Japón, Alemania, Reino Unido y los Países Bajos. – Acuerdos de intercambio o trueque: el donante envía un producto a un país del Tercer Mundo y lo canjea por otros alimentos, generalmente de los almacenados en las reservas públicas, que son distribuidos en ese país _ o en otro país cercano _(canje trilateral). Lo habitual es enviar trigo, para intercambiarlo por cereales locales: aquél se destina al consumo urbano y éstos (maíz blanco, mijo, sorgo) para los proyectos de ayuda en zonas rurales. Estos canjes permiten ahorrar costes de transporte, pues los suministros enviados por el donante se utilizan en la ciudad donde se desembarca, mientras que las reservas que el gobierno cede se pueden encontrar cerca del lugar del proyecto. No sirven sin embargo para apoyar la producción local. Los suelen realizar EE.UU., Canadá y Australia, pero apenas los otros donantes. A veces los intercambios se llevan a cabo también entre organizaciones de ayuda, como es el caso de las ONG que ocasionalmente hacen uso de suministros prestados por el PMA hasta que les llegan sus propios suministros. A estas prácticas se les suelen atribuir las siguientes ventajas: a) estimulan la producción en las regiones donde se compra, promoviendo su desarrollo agrícola y la obtención de divisas; b) promueven el comercio interregional y las inversiones en infraestructuras de transporte; c) proporcionan alimentos más ajustados a la dieta local, evitando cambios en la dieta; d) reducen con frecuencia el tiempo de envío, algo importante en situaciones de emergencia; e) posibilitan una cooperación internacional integrada, uniendo la ayuda alimentaria con la cooperación financiera y la cooperación técnica, y f) ayudan a renovar las reservas de alimentos antes de que caduquen y a aliviar los costes de almacenaje. Sin embargo, los especialistas señalan también algunos problemas: a) Las dificultades de transporte entre el lugar de compra y el de recepción pueden restar rentabilidad a las operaciones, sobre todo en zonas de interior. b) Las compras pueden interferir en los mercados nacionales, por ejemplo generando un alza en los precios que afectará sobre todo a los más pobres, así como distorsionar los flujos de comercio interregionales normales. c) En los países pobres los mercados regionales o nacionales suelen ser escasos y volátiles, por lo que la disponibilidad de suministros para comprarlos es relativamente incierta e impredecible. d) Los mercados locales suelen ser débiles, con comerciantes pequeños, dispersos y con escasa capacidad administrativa y financiera, lo que dificulta la realización de compras. e) Muchos países excedentarios, como los africanos, lo son sólo intermitentemente, por lo que no disponen de rutas y prácticas comerciales normalizadas, lo que suscita mayores problemas de transporte y administrativos. f) Estos problemas de transporte pueden provocar demoras y que estas prácticas no permitan ahorrar tiempo. g) Los precios de los productos provenientes del Tercer Mundo a veces son mayores que los de los provenientes del Norte, y su calidad inferior. En suma, las experiencias al respecto arrojan éxitos y fracasos, debiéndose muchos de estos últimos a no haber realizado previamente el necesario análisis del contexto económico. Desde los años 70, diferentes organismos se han posicionado a favor de que los donantes potencien estos mecanismos, algo que hacen tanto el nuevo Reglamento sobre ayuda alimentaria y seguridad alimentaria de la Unión Europea de 1996, como el último Convenio sobre la Ayuda Alimentaria de 1999. El PMA es el principal ejecutor de estos mecanismos, impulsándolos sobre todo a partir de su célebre Operación del Tren de Maíz, con la que exportó entre 1981 y 1983 más de 400.000 toneladas de maíz blanco de Zimbabwe a 18 países africanos. Los principales donantes que realizan este tipo de prácticas son países pequeños no excedentarios, por lo que aportan dinero: Japón, Países Bajos, Alemania, Suiza, Noruega y Dinamarca. A pesar de los llamamientos realizados, siguen siendo prácticas reducidas, que abarcan sólo en torno al 10% de la ayuda alimentaria global, y que se emplean sobre todo puntualmente para casos de emergencia. 5) Eficiencia Perseguir la eficiencia económica del proyecto, esto es, una aceptable relación entre los costes y los beneficios, es esencial para garantizar que el mismo merece la pena y para optimizar la utilización de sus recursos, lo cual redundará en que las transferencias a los beneficiarios sean lo mayores posibles. Muchas veces el receptor es capaz de obtener, con un presupuesto dado, más alimentos de los que le reportaría la ayuda, gracias a su conocimiento de los mercados regionales. En ese caso, resulta más eficiente que los donantes proporcionen a ese país ayuda financiera para que realice sus importaciones alimentarias. Además, este sistema puede ser más rápido y contribuir a estimular el desarrollo de los circuitos comerciales. La mejora de la eficiencia puede conseguirse buscando la alternativa que minimiza los costes, o sea, el mecanismo más barato posible para conseguir unos objetivos determinados (por ejemplo, las compras locales). O bien buscando la alternativa que maximiza el beneficio, esto es, el mecanismo que proporciona más beneficios a partir de una determinada cantidad de recursos invertidos (por ejemplo, si la ayuda pretende estimular la producción de cultivos, ver cuál es el que puede generar más ingresos). Para poder reducir los costes o aumentar los beneficios, es preciso realizar un análisis de coste-beneficio, que puede ser de dos tipos: a) Comparar los beneficios del proyecto para el receptor con los costes de oportunidad que para él mismo representa el estar involucrado en las actividades del proyecto. Tales costes de oportunidad son los beneficios a los que el receptor renuncia por utilizar su tiempo u otros recursos para las actividades del proyecto, en vez de realizar otras actividades lucrativas (tiempo empleado en desplazamientos, haciendo cola o en trabajo por comida; dinero que deja de obtener por otros ingresos, etc.). Esto nos permite comprobar en qué medida el proyecto es atractivo o no para el beneficiario, condición indispensable para asegurar la participación de las personas, la sostenibilidad de los objetivos del proyecto y, en definitiva, la viablidad de éste. b) Comparar, en términos económicos, el coste del proyecto para el donante con el beneficio que le reporta al receptor. Este análisis coste/ beneficio puede realizarse con dos métodos y perspectivas diferentes. Uno contempla los beneficios para el crecimiento económico a largo plazo, derivados de las infraestructuras construidas en proyectos de empleo o de las mejoras en capital humano, pero la estimación de tales beneficios puede ser excesivamente compleja. Un segundo método, más limitado y factible, consiste en analizar la eficiencia que presentan los productos proporcionados en cuanto transferencia de recursos para el receptor, esto es, en comparar el coste que ha representado para el donante con el beneficio que aporta al receptor (equivaliendo éste al valor que tiene en el mercado local el producto enviado y que el receptor no tiene que comprar; o el precio obtenido por la venta de la ayuda). Evidentemente, la ayuda alimentaria suele resultar mucho menos eficiente que lo que podría ser una ayuda financiera al gobierno o un reparto en dinero a los beneficiarios de proyectos, debido a los gastos de transporte y gestión que aquélla exige. Por otro lado, la eficiencia de un proyecto puede analizarse no sólo con parámetros económicos, sino en función de su impacto nutricional, eligiendo la mejor opción para conseguir un determinado objetivo nutricional. Este criterio puede tener más peso en los contextos de emergencia, en los que es prioritario afrontar las deficiencias alimentarias, que en los proyectos de ayuda alimentaria como transferencia para el desarrollo, en los que la eficiencia económica debería ser un criterio insoslayable. 6) Fecha oportuna y duración En el caso de la ayuda por programas, ésta debe llegar y ser puesta a la venta en el momento oportuno, cuando los precios son más altos (en los meses anteriores a la cosecha, puesto que las reservas están ya agotándose). Una venta poco después de la cosecha, cuando los precios son bajos, resultará perjudicial porque hundirá los precios y las ganancias de los campesinos, lo que desincentivará la producción agrícola. Por otro lado, la duración ideal de una intervención depende de su tipo y de la situación. Ahora bien, la ayuda no debe prolongarse en exceso, por cuanto esto podría generar una dependencia que dificultara su supresión. En este sentido, es necesario realizar antes del inicio del proyecto una estimación de las posibles dificultades que se presentarán en el momento de su cancelación. Cuando el objetivo es paliar la vulnerabilidad estacional propia de los meses previos a la cosecha, las operaciones deben concluir al llegar ésta. En el caso de acciones con objetivos a más largo plazo, como la alimentación orientada vía instituciones (p. ej., la alimentación escolar), la intervención no debe ser inferior a tres meses, a fin de garantizar unos resultados mínimos y amortizar el esfuerzo de identificación del proyecto, al tiempo que no debería ser superior a un año, con objeto de evitar que resulte difícil su posterior supresión (ADE-IRAM, 1995:74). 7) Selección de beneficiarios Las intervenciones deben realizar una adecuada selección de destinatarios, utilizando los diferentes métodos existentes al efecto, a fin de que éstos sean los grupos más vulnerables de la comunidad, evitando que sectores menos necesitados absorban parte de la ayuda. Sin embargo, dado que una selección rigurosa es costosa en tiempo y recursos, debe sopesarse si no resulta más adecuado, sobre todo en emergencias, hacer repartos más indiscriminados. 8) Sostenibilidad y participación Los proyectos deben buscar la sostenibilidad en la mayor medida posible, esto es, que sus objetivos seguirán siendo satisfechos y sus beneficios continuarán una vez que llegue la fecha de cierre de aquél. Para ello es preciso que las instituciones, la comunidad y los beneficiarios se comprometan a mantener o gestionar las infraestructuras o bienes creados por la ayuda, costeando gastos corrientes de mantenimiento y afrontando los daños medioambientales y de otro tipo. Esto exige por un lado reforzar las capacidades de aquéllos, y por otro contar con su participación en todo el ciclo del proyecto, para que se sientan implicados y éste responda realmente a sus necesidades, fin para el que pueden ser útiles los métodos de los diversos enfoques participativos, como el denominado diagnóstico rural participativo. 9) Género La ayuda alimentaria debe realizarse con un enfoque de género, pues su impacto en múltiples frentes (económico, cultural y social) nunca es neutral en términos de género, es decir, siempre afecta de una u otra forma al poder relativo de las mujeres respecto a los hombres, y no siempre de forma positiva para ellas. A tal fin, es necesario: a) implicar a las mujeres en el diseño y gestión de la ayuda en todas sus fases; b) proporcionarles beneficios en diversas áreas (mejora nutricional y de salud, recursos productivos, formación, reducción de la carga de trabajo, etc.); c) garantizar que las actividades y beneficios de la intervención respondan a las necesidades y percepciones de las mujeres, que pueden diferir de las de los hombres; d) valorar los posibles efectos positivos y negativos que para las mujeres puede representar la participación en un proyecto (sobrecarga de trabajo, inversión de tiempo, cambios en su control de los bienes y recursos, etc.); y e) reducir las limitaciones de las mujeres en cuanto a la implicación en el proyecto y el acceso a sus beneficios, proporcionando servicios o tecnologías apropiados (ver género: marcos para el análisis de) (Bryson et al., 1992). 10) Monetización de la ayuda Parte de la ayuda alimentaria se monetiza, esto es, se vende en el mercado local para obtener dinero, que es menos fácil de obtener de los donantes que los alimentos. Esto ocurre siempre con la ayuda por programas, para constituir fondos de contrapartida. Pero algunas veces también se lleva a cabo con la ayuda por proyectos y, en mucha menor medida, con la ayuda de emergencia, vendiéndose parte de los suministros para obtener ingresos con los que cubrir gastos administrativos o de transporte, comprar materiales no alimentarios también necesarios en el proyecto, financiar servicios y actividades adicionales (promoción de microempresas, sistemas de microcréditos, formación), o pagar salarios en metálico en los proyectos de comida o dinero por trabajo. De todas formas, los beneficios obtenidos de la venta suelen ser bastante inferiores al coste que representan para el donante (por los gastos de transporte, almacenamiento, administración, etc.), de modo que más rentable que la monetización resultaría una transferencia directa de dinero. La monetización de los proyectos, aunque está creciendo notablemente, es todavía escasa, sobre todo por parte de ONG y de agencias bilaterales, si bien EE.UU. sí monetiza una parte apreciable de su ayuda. También el PMA dispone de una importante tradición en este campo, teniendo establecido que hasta un máximo del 15% del valor de sus proyectos puede monetizarse. Entre 1987 y 1993 monetizó el 13% de dicho valor, equivalente a unos 70 millones de dólares anuales. 11) Distribución en alimentos o dinero Dado que la inseguridad alimentaria suele estar provocada no por la falta de alimentos sino de titularidades[Titularidades al alimento, Titularidades medioambientales] o recursos para acceder a ellos, en muchas ocasiones resultaría preferible repartir dinero en vez de comida, según defiende una postura que ha ganado peso en los años 90. Pero a pesar de que la reducción de los excedentes agrícolas de los donantes puede favorecer los repartos en metálico, lo cierto es que éstos se han llevado a cabo todavía en pocos sitios (como Botswana). En parte se debe a la escasez de experiencias documentadas al respecto, y en parte al recelo que una visión excesivamente paternalista de la ayuda tiene ante el empoderamiento que proporciona el dinero, que da más capacidad de decisión a sus receptores. Algunas de las ventajas de las transferencias en dinero son que: a) proporcionan mayor libertad de uso a los beneficiarios, que lo pueden emplear para satisfacer las necesidades que estimen prioritarias, alimentarias o no (otros bienes de consumo; transporte, pago de deudas, inversiones productivas), con lo que les proporciona más capacidad de elección sobre sus propias vidas; b) son más rápidas, baratas y eficientes que las alimentarias, pues es el propio mercado el que transfiere y distribuye los alimentos a las zonas donde se ha repartido dinero; c) al incrementar el poder adquisitivo y la demanda, activan el mercado, la producción agrícola y la economía local. Sin embargo, el reparto en dinero tiene también algunas desventajas respecto a la realizada con alimentos: a) puede malgastarse en fines que no mejoren el bienestar de la familia (aunque en situaciones de hambruna apenas existen pruebas de despilfarro); b) tiene mayor atractivo y riesgo de apropiación fraudulenta por las elites o de robo violento por los contendientes en conflictos armados; c) en muchas sociedades el dinero es controlado exclusivamente por los hombres, de modo que su impacto sobre el bienestar de las familias y sus miembros más dependientes puede ser menor que la ayuda en alimentos, ya que ese campo le corresponde a las mujeres; d) en contextos de alta inflación el dinero piede valor con rapidez; e) el flujo de dinero y el consiguiente aumento de la demanda puede generar inflación y elevar los precios de los alimentos, especialmente en zonas aisladas mal abastecidas por las redes comerciales (debido a las malas comunicaciones, inseguridad, etc.), lo cual redundará en perjuicio de los sectores más pobres; f) en las situaciones de emergencia, hambruna aguda y desestructuración, el mercado frecuentemente no tiene la capacidad de movilizar suministros desde otra zona con la rapidez necesaria, por lo que puede ser más adecuado transferir directamente alimentos; g) los gobiernos de los países receptores de refugiados recelan a veces de la ayuda en dinero por cuanto facilita la movilidad y la migración de éstos, mientras que la distribución de comida permite controlar sus movimientos en torno a los centros de distribución. En definitiva, tanto la ayuda en metálico como en alimentos tienen pros y contras. En este sentido, podríamos sintetizar así las condiciones en las que el reparto de dinero es preferible al de alimentos: a) Cuando la distribución de dinero resulta más rápida y eficiente que la ayuda en alimentos. b) Cuando el objetivo no consiste en proporcionar un complemento nutricional específico, sino una transferencia de ingresos a los receptores. Asimismo, aunque el propósito sea complementar la dieta, el dinero es igualmente preferible cuando exista la constancia de que tales ingresos se traducirán en un mayor gasto en comida (lo que requiere que ésta se encuentre disponible en el mercado). Por el contrario, la distribución de comida es deseable si el objetivo consiste en un incremento del consumo alimentario que fuera difícilmente alcanzable mediante transferencias en metálico. c) Cuando las mujeres no sean excluidas del control del dinero, de modo que éste pueda orientarse a las necesidades básicas de la familia, de las que aquéllas son responsables. d) Cuando el reparto de dinero se ajusta mejor a las tradiciones sociales, las pautas culturales y el sentimiento de dignidad de los receptores. En África, por ejemplo, la distribución de dinero tiene razones culturales añadidas, dado que los regalos de comida suelen realizarse entre familiares y amigos cercanos, mientras que el dinero suele verse en otro marco de relaciones, como retribución por un trabajo (Hay, 1986:280). e) Cuando proporcionar dinero a determinados grupos no suscite un peligro de dependencia, la cual daría problemas en el momento de supresión del proyecto. Así, en ocasiones, los gobiernos suelen preferir proporcionar comida como complemento de los salarios de los funcionarios, especialmente durante los programas de ajuste estructural. f) Cuando existe en el mercado local, o en otros cercanos, la disponibilidad de alimentos suficientes para satisfacer el aumento de la demanda motivado por la inyección de dinero. Optar por los repartos de dinero, en vez de los de alimentos, exige por tanto un riguroso análisis del mercado y de sus diferentes aspectos (producción, volúmenes almacenados, tendencias de precios, estructuras comerciales y de minoristas). Es imprescindible que la zona receptora de dinero esté en condiciones de ser abastecida por los comerciantes privados en respuesta al aumento de la demanda. Esto exige, como condición de partida, que la zona sea físicamente accesible, que no existan trabas burocráticas o políticas al comercio interregional y, en definitiva, que el mercado esté suficientemente integrado. Un mercado integrado es aquel en el que los productos circulan con fluidez y rapidez entre las zonas excedentarias (o importadoras) y las deficitarias, por lo que las diferencias de precios entre ellas son moderadas, siendo por tanto un tipo de mercado con capacidad para responder a los incrementos locales y puntuales de la demanda. Es preciso tener en cuenta que los mercados de muchos países en vías de desarrollo, como buena parte de los africanos, no reúnen estas condiciones. En conclusión, en comparación con la tradicional ayuda en especie, la ayuda en dinero es más rentable y eficiente, proporciona más valor a los beneficiarios y permite un uso más flexible, al facultar a los beneficiarios a usarlo en las necesidades que determinen. Por eso, autores como Schulthes (1992:39) y Maxwell y Owens (1991:17) afirman que la norma debería ser monetizar todo lo posible y distribuir lo menos posible en especie, siempre y cuando se asegure la adecuada orientación de la ayuda a los beneficiarios deseados y que el mercado pueda garantizar su abastecimiento. La opción más adecuada dependerá, por tanto, de cada situación. En algunas circunstancias será más aconsejable el reparto en especie. En otras será conveniente combinar simultáneamente ambos tipos de ayuda, proporcionando dinero para mejorar los ingresos pero también alimentos para incrementar el abastecimiento. Pero, del mismo modo, una y otra pueden alternarse en el tiempo según cambien las circunstancias, por ejemplo, priorizando la ayuda en alimentos durante las emergencias y en dinero durante la rehabilitación. 12) Combinación con otros tipos de intervención Las necesidades alimentarias no son las únicas de los grupos vulnerables, tampoco en las situaciones de emergencia. Del mismo modo, la ayuda alimentaria no es la única ni, muchas veces, la mejor opción a favor de la seguridad alimentaria. Por estas razones, en lugar de llevarse a cabo de forma aislada debería ejecutarse dentro de un paquete de intervenciones diversas concebido con un criterio multisectorial. Así, otras formas de asistencia útiles para la seguridad alimentaria pueden consistir en: la puesta a la venta de alimentos (importados o de las reservas públicas) en el mercado local para moderar los precios; la provisión de semillas y herramientas para preparar la siguiente cosecha; la mejora de las infraestructuras para el agua potable y de riego; el apoyo a la ganadería mediante forraje y vacunas; el establecimiento de proyectos de comida o dinero por trabajo que proporcionen unos ingresos con los que superar la crisis; así como otros mecanismos de lucha contra la pobreza urbana y rural. A esto habría que añadir diversas medidas de preparación ante desastres, que pueden contribuir a la mitigación de las hambrunas. Es importante señalar que, particularmente en situaciones de emergencia, los programas de salud y de agua y saneamientos resultan más rápidos, eficientes y baratos (esto es, con menos costes administrativos, logísticos y financieros) que los de ayuda alimentaria, a la hora de posibilitar la recuperación nutricional de los malnutridos. Muchas veces la malnutrición está motivada no por un consumo de alimentos insuficiente, sino por procesos patológicos como las diarreas y otras infecciones. Además, durante las hambrunas son las epidemias, y no la inanición, la principal causa de muerte. De este modo, si se constata que la malnutrición es causada más por las condiciones sanitarias del entorno que por la falta de recursos económicos de las familias, puede ser preferible concentrar los recursos existentes no tanto en la ayuda alimentaria como en intervenciones sanitarias para evitar las enfermedades diarreicas y las epidemias: servicios de agua y saneamiento, vacunaciones, alargamiento de la lactancia materna, etc. K. P.
Fuente: Pérez de Armiño (2000), adaptado de Schulthes (1992:37). Bibliografía
Ver Otros
|