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MicrocréditosNéstor ZabalaPequeños préstamos a personas con escasos recursos y dificultad para acceder a la banca comercial, habitualmente para la financiación de proyectos de autoempleo que generen ingresos y posibiliten la autonomía económica de los receptores y de sus familias. La falta de capital es una de las limitaciones principales para el desarrollo de los sectores vulnerables. En las zonas rurales, los campesinos necesitan créditos a corto plazo en determinadas estaciones del año para comprar insumos (semillas, fertilizantes, herbicidas), contratar jornaleros o realizar diversas actividades, así como créditos a largo plazo para invertir en nuevas tecnologías o en la compra de ganado o herramientas. Por su parte, los pobres urbanos suelen necesitar créditos sobre todo como capital inicial para poner en marcha microempresas, desde la instalación de puestos de venta ambulante hasta la compra de un rickshaw para el transporte de personas en las urbes asiáticas. La necesidad de capital es mayor en los períodos de rehabilitación tras un desastre, en el que los más vulnerables se han descapitalizado y perdido sus ahorros y bienes productivos. Además, en ocasiones el dinero se requiere no para actividades productivas, sino meramente por la necesidad imperiosa de comprar medicamentos, o de saldar deudas previamente contraídas para evitar el embargo. Sin embargo, la mayoría de los bancos comerciales no suelen estar dispuestos a conceder créditos a los pobres, por el riesgo de que no sean capaces de devolverlos y también por el escaso beneficio de trabajar a tan pequeña escala. Se ha estimado que sólo un 2% de los pobres del mundo tienen acceso a servicios financieros, sean de préstamos o de ahorro, al margen de los usureros. La situación es peor aún para las mujeres, que, al carecer habitualmente de títulos de propiedad de la tierra y otros recursos, no pueden presentarlos como aval: en África, por ejemplo, se ha estimado que reciben menos del 10% de los créditos obtenidos por los agricultores. Con tales dificultades para acceder a la banca comercial, la única solución suele ser recurrir a los prestamistas y usureros (casas de empeño, comerciantes), generalmente en condiciones abusivas, y empeñar determinadas posesiones familiares, dando lugar a veces a procesos de endeudamiento que les hunde más en la pobreza. En ocasiones, los préstamos son proporcionados por patrones a cambio de que el deudor trabaje para él a salarios bajos. Junto a la falta de créditos, otro problema también importante es que los más pobres, al no poder acceder a los bancos, suelen carecer de un lugar seguro en el que depositar sus escasos ahorros ante los riesgos de pérdidas o robo, o incluso ante un uso indebido por parte de la familia o el marido. En Nigeria, por ejemplo, muchas mujeres ponen su dinero en manos de los alajos (guardianes de dinero), a cambio de un pequeño interés. Ante esta situación, en los años 70 surgieron diferentes iniciativas para conceder microcréditos a los excluidos del sistema bancario formal, para estimular su ahorro, la creación de sistemas de sustento sostenibles, así como la dinamización de los recursos y las economías locales. Además, han servido también como cauce para el fortalecimiento del tejido asociativo comunitario, y para la sensibilización y empoderamiento de los grupos vulnerables, muy frecuentemente de las mujeres. Dichas experiencias surgieron sobre todo en Asia, de donde se han expandido a todo el Tercer Mundo. Entre ellas destacan el célebre Banco Grameen de Bangladesh, fundado y dirigido por el profesor Muhammad Yunus, y la SEWA (Self Employed Women Association) de la India. Sin embargo, hay que precisar que la experiencia no es totalmente nueva. De hecho, en muchas culturas han existido sistemas tradicionales de ahorro y de crédito, como grupos de ahorro o fondos comunitarios, que aún perduran en numerosas comunidades de países del Sur (ver economía moral). Tanto es así que la labor de algunas ong[ONG, Redes de, ONG (Organización NoGubernamental)] se ha dirigido no tanto a crear nuevos sistemas de préstamo, sino a fortalecer dichos mecanismos financieros informales o tradicionales, dadas sus ventajas: son sencillos, baratos, están adaptados a la cultura local y su arraigo garantiza su sostenibilidad. Otro precedente que podría mencionarse es el de las cajas de ahorro surgidas en el siglo XIX en Europa vinculadas al movimiento obrero. También los programas de créditos baratos concedidos en los años 50 a los campesinos latinoamericanos por los donantes internacionales a través de los bancos de desarrollo agrícola. Estos programas fracasaron debido a la baja tasa de devolución, pues se sobreestimaron los rendimientos que se esperaban de las inversiones realizadas, y debido también a la fuerte dependencia de los criterios formulados por los gobiernos y donantes. El fracaso de este modelo de créditos subsidiados dio lugar a mediados de los años 70 a otro modelo, guiado por criterios de mercado y que dejaba fuera a las personas carentes de recursos. Fue en respuesta a esta situación cuando surgió en los años 70 la idea de los actuales microcréditos para los pobres, iniciativa que se ha expandido desde Asia y ha penetrado con fuerza en los debates sobre desarrollo. Un hito en el auge de esta iniciativa fue la Cumbre Mundial sobre Microcréditos celebrada en Washington en 1997, promovida por M. Yunus con el apoyo de organizaciones como naciones unidas y el banco mundial. Hoy en día los microcréditos se han popularizado y expandido a todos los continentes, habiendo surgido miles de organizaciones de microfinanciación. Multitud de ong[ONG, Redes de, ONG (Organización NoGubernamental)], grandes y pequeñas, disponen de programas en este campo, tratando de llevar financiamiento sobre todo a zonas rurales excluidas de los circuitos comerciales. También las agencias multilaterales, como el pnud y el Banco Mundial, se han implicado en este campo, habiendo creado departamentos específicos para investigar y apoyar este tipo de iniciativas. Los microcréditos son atractivos, por consiguiente, tanto para instituciones para las que la lucha contra la pobreza tiene que descansar en gran parte en el estímulo de la iniciativa privada (como el Banco Mundial), como para las organizaciones de base que hacen hincapié en el estímulo de la participación y el empoderamiento de los grupos vulnerables. Entre éstos, las mujeres han merecido una atención especial (Mayoux, 1999), en parte por el objetivo de responder a sus necesidades específicas (ver género, intereses y necesidades de), y en parte por su importancia como garantes del buen uso de la economía familiar y por ser habitualmente más fiables a la hora de reembolsar los créditos que los hombres. El Banco Grameen, con una clientela compuesta en un 94% por mujeres, tiene un índice de devoluciones del 97%, que es más elevado incluso que en el caso de los créditos clásicos. 1) Sistemas de microcrédito Existe un amplio abanico de modelos de servicios financieros que van desde pequeños grupos de autoayuda hasta grandes bancos como el Grameen. En muchas ocasiones los tipos se mezclan o intercambian dependiendo de la organización ejecutora del proyecto o de la idiosincrasia de la población con la que se trabaja. Los tipos principales son los siguientes: a)Bancos de Pobres. Son organizaciones dedicadas específicamente a los préstamos y al ahorro en comunidades de bajos recursos. Cada una tiene su propio estilo de trabajo y condiciones, aunque casi siempre funcionan mediante grupos de beneficiarios. Los ejemplos más conocidos son el Banco Grameen de Bangladesh, el Banco Sol de Bolivia o el Banco Mundial de la Mujer (Women’s World Banking), presente en diferentes continentes (ver bancos de pobres). b) Fondos rotatorios. _Frecuentemente denominados Roscas (Rotating Saving and Credit Associtations),_ constituyen el tipo de servicio de microcrédito más habitual. Consisten en un fondo común formado por un grupo, al que cada miembro ingresa periódicamente una cantidad y del que puede obtener préstamos de forma rotativa cuando el grupo lo acepta. En muchos casos son copias de los servicios financieros informales o tradicionales, como la tontine utilizada en Senegal y Níger, los fondos de los conductores de rickshaw de Dhaka (Bangladesh), o los iddir, fondos para funerales utilizados en Etiopía. A veces los fondos rotatorios no son de dinero, sino de otros bienes: por ejemplo, los de ganado, muy útiles para reconstruir los rebaños después de un desastre, en los que el receptor de un animal suele pagarlo devolviendo al fondo la primera cría que obtenga. c) Bancos de aldea. Son asociaciones de ahorro y crédito de las propias comunidades, gestionados por ellas mismas. Normalmente están constituidos por grupos de 25 a 50 personas de ingresos bajos que desean mejorar sus vidas a través de actividades de autoempleo. El capital inicial para préstamos puede ser externo, por ejemplo de una ONG o del gobierno, pero la gestión la realizan los propios beneficiarios: aceptan a los miembros, eligen a los gestores, establecen las reglas, asignan los préstamos y recogen las devoluciones y los ahorros de los participantes. Sin embargo, Johnson y Rogaly (1996) señalan que pocas veces son iniciativas sostenibles en el tiempo. c) Uniones de crédito. Estas instituciones, antecesoras de las actuales cajas de ahorro europeas, son conformadas por miembros de alguna asociación o personas que comparten determinados lazos (trabajadores de un sector, feligreses de una parroquia, vecinos de una comunidad), y que se agrupan para poner en común sus ahorros y proporcionarse créditos con unas tasas de interés razonables. Las uniones son cooperativas financieras sin ánimo de lucro, democráticas, gestionadas por sus miembros y con una fuerte vinculación con el tejido asociativo. En los países desarrollados existen ejemplos reseñables, como la Ladywood Credit Union en los barrios marginales de Birmingham. d) Bancos comunitarios. Se trata de instituciones formales o semiformales de microfinanciamiento que abarcan a toda la comunidad en su conjunto. Normalmente se fundan con la ayuda de ONG u otras organizaciones, que capacitan en actividades financieras a algunos miembros de la comunidad. Frecuentemente forman parte de programas de desarrollo comunitario más amplios, en los que el ahorro de la población revierte en la financiación de proyectos de generación de ingresos y otras actividades. e) Cooperativas. Son asociaciones democráticas de personas unidas para satisfacer determinadas necesidades o aspiraciones económicas, sociales o culturales, que a veces incluyen además actividades de ahorro y financiación para sus miembros. Un ejemplo habitual son las cooperativas de campesinos, que, además de prestar servicios de comercialización, almacenamiento, etc., pueden proporcionar servicios financieros. f) Asociaciones de ahorro. Se trata de grupos de personas unidas por determinados lazos políticos, religiosos o culturales, que llevan a cabo actividades de microfinanciamiento y ahorro, pero frecuentemente combinadas con otras actividades, como la creación de estructuras de apoyo para crear microempresas y otras iniciativas relacionadas con el trabajo. Un ejemplo son los Grupos de Autoayuda de mujeres en la India. g) Individual. En este modelo, el microcrédito se presta directamente a un beneficiario concreto, siguiendo criterios individuales, no basándose en su pertenencia a una asociación. En muchos casos, este sistema forma parte de un programa de crédito más amplio, en el que se proporcionan otros servicios, como los educativos. Pero se trata de un modelo muy inusual, dado que, al no contemplarse la formación de grupos, existe una menor presión para devolver los préstamos al tiempo que no se estimula la creación del tejido social. 2) Criterios de gestión La proliferación de proyectos de microcrédito ha aumentado el riesgo de un uso inadecuado o ineficiente de los mismos, siendo éstos sus principales peligros: a) En ocasiones pueden destruir los sistemas de préstamos locales, algo probable si se cobran unas tasas de interés inferiores a las de aquéllos. b) Los proyectos de créditos y ahorro pueden no resultar sostenibles a largo plazo, sobre todo si se carece de un personal capacitado para gestionarlos adecuadamente. c) Las actividades emprendidas gracias a los créditos pueden resultar inviables, lo cual afectaría a la tasa de reembolso de los créditos y al futuro del proyecto. Por ello, la prestación de créditos muchas veces se acompaña de un servicio de asesoramiento y seguimiento individualizado en torno a las actividades en que se invierte. d) Un exceso repentino de préstamos puede provocar un sentimiento de euforia que redunde en un endeudamiento excesivo de la población. Por eso, para la realización de un proyecto de microcréditos es importante tener en cuenta diferentes factores. En primer lugar, las características socioeconómicas del contexto, como puede ser el entorno macroeconómico (por ejemplo, la tasa de inflación), la existencia o no de mecanismos financieros informales, la cultura con relación al dinero, o las pautas de gestión del dinero sobre la base de las relaciones de género. En segundo lugar, hay que contemplar también diversos aspectos técnicos de los proyectos, entre los que Hulme (1999) y otros destacan los siguientes: a) La identificación de beneficiarios. Para mejorar la eficiencia de los proyectos de microcréditos, la mayoría de los sistemas suelen incluir la constitución de grupos de beneficiarios, puesto que éstos contribuyen a: primero, la selección de destinatarios, ya que la celebración de reuniones regulares probablemente desalentará a las personas acomodadas y dará más opciones a los más pobres; segundo, la transparencia en la gestión, generando una responsabilidad compartida y evitando posibles amiguismos en el personal de la ONG; y, tercero, unos reembolsos a tiempo, pues en las reuniones se constata quién paga y quién no, creándose una cierta presión mutua para que nadie que pueda devolver el dinero no lo haga. Algunos sistemas penalizan al conjunto del grupo si uno de sus miembros deja de pagar, pudiéndose a veces establecer un fondo para ayudarle. b) Los préstamos en metálico o en especie. La mayoría de los proyectos proporcionan los préstamos en efectivo, pero algunas veces se conceden en especie: semillas, herramientas, ganado, material de construcción, etc. La segunda opción puede acarrear varios problemas, como las demoras en la llegada de los materiales, la perturbación del mercado local y los altos costes de gestión. Sin embargo, cuando estos bienes escasean en el entorno local, por ejemplo en un proceso de rehabilitación después de un conflicto o una sequía, pueden ser una opción a considerar, como en el caso de los fondos rotativos de ganado que ayudan a reconstruir los rebaños. c) Los usos de los préstamos. Los préstamos pueden ser dirigidos o no dirigidos. En el segundo caso se deja abierta su utilización a los fines que el tomador desee, mientras que en el primero se condicionan a ser utilizados en determinado tipo de actividades, generalmente productivas, por cuanto son las que garantizan una mejora del bienestar de la familia así como la devolución del crédito. A veces se combinan las dos opciones, concediendo créditos no dirigidos pero contemplando unas condiciones mejores para los dirigidos. Además, con frecuencia se suelen vetar inversiones en determinadas actividades socialmente no deseables, como la fabricación doméstica de alcohol o la producción de carbón vegetal en zonas amenazadas por la deforestación. d) Las tasas de interés. Su fijación es uno de los puntos más controvertidos en los proyectos de microcréditos. Hoy, la mayoría de los proyectos asumen que las tasas de interés tienen que cubrir la tasa de inflación (esto es, la pérdida de valor del dinero), que en muchos países es alta, así como los costos de administración y las pérdidas por el incumplimiento de una parte de los préstamos. De no ser así, unas tasas de interés insuficientes harán que los fondos de los que salen los créditos vayan perdiendo su valor y que acaben extinguiéndose. A pesar de todo, la ausencia de afán de lucro permite que las condiciones sean mejores que en los bancos comerciales. e) Los calendarios de préstamos y pagos. Es necesario buscar un punto medio entre los calendarios muy estrictos y los muy flexibles. La toma de créditos debería poder hacerse en el momento en que se necesiten, lo que en el medio rural depende de la estación agrícola. En cuanto a las devoluciones, un criterio estricto puede generar una presión excesiva sobre los tomadores, dando lugar a la toma de nuevos créditos para reciclar los anteriores, así como a situaciones de frustración y a tensiones sociales y dentro del hogar, que perjudican sobre todo a las mujeres (Rahman, 1999). Por ello es aconsejable una cierta flexibilidad, si bien no excesiva para no amenazar la continuidad del proyecto. f) La sostenibilidad financiera y administrativa del proyecto. La falta de ésta debe ser un objetivo siempre presente, pues aquí radica uno de los principales motivos de fracaso de estos proyectos. Una cuestión clave a este respecto es si el proyecto puede perdurar de forma autosuficiente, o si depende de subsidios proporcionados desde el exterior (subvenciones de la ONG o agencia promotora). N. Z. Bibliografía
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