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Anemia nutricionalJonatan RapaportLa anemia nutricional –en especial la causada por carencia o pérdida de hierro– es tal vez el problema más común en materia de nutrición en el mundo (UNICEF, 1998:61). La anemia reduce la resistencia a las enfermedades y debilita la capacidad de aprendizaje y el vigor físico de los niños a la vez que aumenta considerablemente el riesgo de mortalidad materna como consecuencia del parto. La anemia es una enfermedad causada por la disminución de la cantidad de hemoglobina en la sangre. La hemoglobina es un elemento compuesto por una proteína unida a una molécula de hierro, que se encuentra en los glóbulos rojos y que transporta el oxígeno desde los pulmones a los tejidos. Existen diferentes causas de anemia, entre las cuales la más habitual es la anemia por carencia de hierro. La carencia de otros nutrientes como los folatos (o ácido fólico), la vitamina B12 y las proteínas, también pueden causar anemia. El ácido ascórbico (vitamina C), la vitamina E, el cobre y la piridoxina (vitamina B6), también son necesarios para la producción de glóbulos rojos. Asimismo la carencia de vitamina A también está asociada a la anemia. A diferencia de otras enfermedades por carencia de micronutrientes, la anemia por carencia de hierro es común también en los países industrializados, aunque predomina claramente en los países en desarrollo. Las fuentes alimenticias del hierro son principalmente los alimentos de origen animal, como el hígado, la carne roja, el pescado y los productos derivados de la carne. Las fuentes vegetales como las legumbres, los vegetales de hoja oscura y el mijo, proporcionan hierro, pero de un tipo que es asimilado por el organismo con mayor dificultad. La cantidad total de hierro en la dieta no es el único factor que condiciona el desarrollo de una anemia. Algunas formas de hierro se absorben mejor que otras y ciertos alimentos favorecen la absorción del mismo (como las frutas que contienen vitamina C), mientras que otros la obstaculizan (como la yema del huevo y el té). Además, el hierro puede perderse por una variedad de condiciones, siendo una de ellas, importante en muchos países tropicales, la infección por parásitos intestinales de la familia de los helmintos. También la esquistosomiasis, una parasitosis que afecta los vasos sanguíneos genitourinarios o intestinales, es una importante causa de pérdida de sangre y por lo tanto de hierro, por la orina o por la materia fecal. El paludismo también es una de las principales causas de anemia, aunque en este caso no está relacionada con la pérdida de hierro, sino con la destrucción de los glóbulos rojos por el parásito. La carencia de hierro es más habitual en niños, en mujeres en edad de procrear y en personas con pérdidas crónicas de sangre. En Marruecos, por ejemplo, el 35% de los niños menores de 5 años, el 10% de los hombres, el 30% de las mujeres fértiles y el 45% de las embarazadas padecen anemia por falta de hierro (Agencia EFE, 1999). Gracias a que el cuerpo gestiona el hierro con mucha eficacia, los requerimientos nutricionales diarios de este mineral en varones sanos y en mujeres post-menopáusicas son muy bajos. No obstante, las mujeres en edad de procrear deben reemplazar el hierro perdido durante la menstruación y el parto, y deben satisfacer sus necesidades nutricionales adicionales derivadas del embarazo y la lactancia. Los niños tienen necesidades relativamente elevadas en hierro, derivadas no sólo de un aumento del tamaño corporal, sino también del volumen de la sangre. La anemia en los niños está asociada con un reducido desarrollo de las capacidades cognitivas, problemas en el aprendizaje y dificultades en la concentración en la escuela o fuera de ella, además de implicar menores habilidades para trabajar, una disminución del apetito y un crecimiento reducido (UNICEF, 1998:61). Para las mujeres embarazadas, la anemia es particularmente peligrosa, ya que aumenta significativamente el riesgo de muerte durante el parto a causa de hemorragias. Además, la anemia predispone a partos prematuros y a nacimientos de niños con bajo peso. Las manifestaciones clínicas principales, similares en casi todos los tipos de anemia, son: cansancio, debilidad, fatiga, falta de aire después de un esfuerzo, mareos, dolores de cabeza, palpitaciones y palidez de mucosas. La reducida resistencia a las infecciones es otro signo de la anemia. La anemia severa, que es poco frecuente, puede evolucionar a la insuficiencia cardiaca y en algunos casos llegar a la muerte. Los signos y síntomas, al menos en las etapas tempranas de la anemia, son discretos y nada severos, lo que hace que muchas veces la enfermedad sea ignorada o desatendida. Un trabajador de salud experimentado puede hacer un diagnóstico preliminar al observar la lengua, la conjuntiva ocular inferior y la piel bajo las uñas, que en una persona con anemia estarán más pálidos de lo habitual, pero un diagnóstico más fiable de la anemia debe realizarse en el laboratorio, comprobando los niveles de hemoglobina mediante métodos muy sencillos. No obstante, los exámenes disponibles en los centros de salud no informan sobre la causa exacta de la enfermedad y no cuantifican la reserva de hierro del organismo. Es sorprendente la manera en que algunas personas con anemia crónica, especialmente niños y mujeres en países en desarrollo, parecen haberse adaptado a unos bajos niveles de hemoglobina y funcionar con normalidad realizando sus tareas habituales. Sin embargo, en realidad, su rendimiento en el trabajo suele ser reducido, se cansan con más facilidad y caminan más despacio. La anemia por carencia de hierro es relativamente fácil y barata de tratar con la administración vía oral de suplementos de hierro, al que generalmente se le adjuntan folatos. A las personas con anemia por carencia de hierro a causa de unas dietas alimentarias pobres debe aconsejárseles consumir más frutas frescas y verduras a la hora de la comida. Estos alimentos contienen vitamina C, que favorece la absorción del hierro contenido en los cereales, tubérculos y legumbres. Además, contienen ácido fólico y una variedad de vitaminas y minerales. En la medida de lo posible, el paciente anémico debe ser animado a consumir, aunque sea en muy pequeñas cantidades, comida rica en hierro, como carne, especialmente hígado o riñón. El hierro presente en la leche materna se absorbe bien, especialmente en comparación con la leche de vaca, las fórmulas infantiles o la leche en polvo común. Por lo tanto, la protección, el apoyo y la promoción de la lactancia materna es una estrategia para prevenir la carencia de hierro en los niños mientras se alimentan exclusivamente de leche materna y para mantener el aporte de hierro mientras se les van incorporando otros alimentos. Además, al demorar la reaparición de la menstruación, la lactancia materna también ayuda a disminuir la pérdida de sangre en la madre. Existe un amplio rango de medidas de salud pública y prácticas hospitalarias que pueden contribuir a reducir la carencia de hierro y otras anemias nutricionales (Latham, 1997: 414): 1) La educación sanitaria y nutricional, que pondrá énfasis en la importancia del hierro y que favorecerá el consumo de alimentos que contengan hierro. Esta práctica debería acompañar al resto de las acciones dirigidas a mitigar la deficiencia de hierro, creando conciencia de los problemas nutricionales entre los distintos miembros de la familia, y a suplir las necesidades alimenticias de la mejor manera posible, tomando en consideración los recursos disponibles. 2) Difundir entre los trabajadores de salud y las parteras tradicionales las prácticas obstétricas que reducen la posibilidad de anemia en el recién nacido (como mantener al recién nacido por debajo de la madre, para facilitar la circulación de sangre hacia el niño nada más nacer) y reducen las pérdidas de sangre de la madre (como estimular la contracción del útero poniendo el bebé en los pechos de la madre en los primeros 30 minutos después del parto). 3) El control de las infecciones por parásitos intestinales y de otras enfermedades parasitarias que contribuyen a la anemia, como la esquistosomiasis y el paludismo. 4) La planificación familiar, que permite espaciar los nacimientos, también ayuda a reducir los riesgos del embarazo y del parto asociados a la anemia para las mujeres (ver salud reproductiva; natalidad, políticas de control de la). 5) La administración de suplementos medicinales de hierro y de ácido fólico. En algunos países es una práctica habitual para mujeres embarazadas. El problema evidente es que no todas las mujeres tienen acceso a las instalaciones de salud o acuden al control prenatal. La medicación con hierro debe extenderse en algunas poblaciones a mujeres que están amamantando, mujeres antes del embarazo y entre embarazos, niños prematuros y aquellos con bajo peso al nacer. Dependiendo de las circunstancias, también tendrían que recibir suplementos de hierro algunos niños en edad escolar y preescolar y algunos adultos varones. 6) El enriquecimiento de los alimentos (también llamado fortificación) con hierro es también un método efectivo para combatir la anemia. La harina de trigo y otros productos harinosos son los vehículos más comunes para incluir cantidades suficientes de hierro en los regímenes alimentarios de poblaciones que consumen estos productos y donde hay una producción centralizada, sobre todo en América Latina y en Oriente Medio (UNICEF, 1998:61). Por último, los suplementos de hierro y posiblemente también los de folatos y de vitamina C tienen que ser suministrados a los refugiados o los desplazados internos cuando la ración de comida que reciben contiene cantidades inadecuadas de micronutrientes o cuando la tasa de anemia es alta. En el caso de suministro de raciones combinadas, como la compuesta por maíz, soja y leche (CSM: corn, soybean and milk), la mezcla proporciona hierro adicional y no necesita ser suplementada. No obstante, a las mujeres embarazadas y a las madres lactantes se les deben proporcionar suplementos de hierro y de folatos (Latham, 1997:243) (ver ayuda alimentaria). J. R. Bibliografía
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