http://dicc.hegoa.efaber.net
Género, Roles deClara MurguialdayConjunto de deberes, prohibiciones y expectativas acerca de los comportamientos y actividades considerados socialmente apropiados para las personas que poseen un sexo determinado. El rol (o papel) es una categoría del análisis sociológico que se refiere a las asignaciones –relativas a las formas de ser, de sentir y de actuar– que una colectividad señala a las personas que la integran, pero también a la forma en que las personas asumen y expresan en la vida cotidiana tales asignaciones. Así, los roles son especializaciones sociales generadas sobre la base de expectativas y exigencias colectivas y subjetivas, a partir de criterios tan variados como la raza, edad, religión, clase social o afiliación política. El género es el criterio más utilizado universalmente para clasificar a las personas; en todas las sociedades, la división más primaria es la que se hace entre los roles que corresponden a las mujeres y los que corresponden a los hombres. Tal diferenciación comienza en la actividad procreadora (son las mujeres las que paren y amamantan a las criaturas) y se extiende al resto de las actividades siguiendo una lógica como ésta: las mujeres paren y, por tanto, ellas se especializan en cuidar a las criaturas; por tanto, lo femenino es lo maternal y lo doméstico, contrapuesto a lo masculino, que es lo público. A partir de estas clasificaciones, los roles de las mujeres y de los hombres son tipificados simbólicamente como expresiones de la feminidad y la masculinidad, y normativizados hasta convertirse en rígidos estereotipos que limitan las potencialidades de las personas, al estimular o reprimir los comportamientos en función de su adecuación al ideal femenino o masculino. A pesar de que, en su desarrollo individual, cada persona se adecua en mayor o menor medida al conjunto de expectativas y comportamientos considerados propios de su género, los roles de género están tan hondamente arraigados que llegan a ser considerados como la expresión de los fundamentos biológicos del género. No obstante, la prueba de que los roles de género son una construcción cultural –y no una mera consecuencia de las diferencias biológicas– es que la dicotomía masculino/femenino se construye socialmente mediante cuatro operaciones articuladas: a) Se asocia naturalmente el hecho de ser hombre o ser mujer con algunas actividades, potencialidades, limitaciones y actitudes. b) Se clasifican, también naturalmente, algunas actividades o expresiones como masculinas o como femeninas. c) Se valoran de manera diferente las actividades identificadas como masculinas o como femeninas. d) Se valora en forma distinta la misma actividad, dependiendo de si es realizada por un hombre o una mujer. La diferenciación por género de las actividades, responsabilidades y expectativas no ocurre al margen de otras divisiones que estructuran las relaciones entre mujeres y hombres. Una creciente separación entre el ámbito privado (familiar o doméstico) y el ámbito público ha dado lugar a una primera división genérica del trabajo, que asigna a las mujeres las actividades relacionadas con el cuidado de la familia y a los hombres la actuación en las esferas públicas. De aquí se deriva una especialización de las mujeres en los roles reproductores (como madres y responsables del bienestar familiar) y de los hombres en los roles productores (trabajadores remunerados, proveedores del sustento económico al hogar). Una segunda división genérica del trabajo se produce en el campo del empleo. Cuando las mujeres se incorporan al mercado laboral, constatan que opera en él una segregación sexual que les reserva mayormente ocupaciones y tareas relacionadas con las habilidades, actitudes y cualidades supuestas al género femenino, generalmente una extensión de los roles reproductores desempeñados por ellas en el hogar. La asunción social de que el trabajo remunerado es una actividad subsidiaria para las mujeres (pues el estereotipo femenino establece que las actividades maternales y domésticas son su rol principal), convierte a la fuerza de trabajo femenina en una fuerza de trabajo secundaria y justifica las diferencias salariales que existen entre hombres y mujeres en todas las sociedades actuales. La teoría feminista ha analizado de manera exhaustiva los procesos que dan lugar a la división genérica del trabajo, así como sus implicaciones en las relaciones de dominio/subordinación entre hombres y mujeres. A partir de dichas elaboraciones, las promotoras de la estrategia Género en el Desarrollo (ver mujeres[Derechos humanos de las mujeres, Mujeres, Hogares encabezados por , Mujeres y acción humanitaria , Mujeres y medio ambiente, Mujeres, Enfoques de políticas hacia las, Mujeres, Violencia contra las , Mujeres y políticas de ajuste ], enfoques de políticas hacia las) han introducido estos conceptos en el campo del desarrollo, afirmando que la subordinación de las mujeres está indisolublemente asociada a la división genérica del trabajo, que no sólo asigna a mujeres y hombres distintas actividades y funciones, sino que además valora asimétricamente la capacidad y comportamientos de ambos, y genera importantes desigualdades en el acceso a los recursos y al poder. Caroline Moser (1989) ha sido pionera en la aplicación de estos conceptos a la planificación del desarrollo. Su modelo de planificación de género se basa precisamente en el análisis de la división genérica del trabajo y la identificación de los roles de género, así como de las necesidades e intereses derivados de dichas actividades. Sus estudios, centrados en las mujeres de bajos ingresos del Tercer Mundo, concluyen que éstas desempeñan un triple rol (reproductor, productor y de gestión comunitaria) que ha de ser tenido en cuenta al formular proyectos para ellas, pues las mujeres están severamente limitadas por la carga que significa mantener el equilibrio entre dichos roles. Los roles reproductores de las mujeres se refieren no sólo a las actividades vinculadas con la reproducción biológica (dar a luz y criar a las hijas e hijos) o con el mantenimiento diario de la fuerza de trabajo (preparación de alimentos, recogida de agua y leña, saneamiento de la vivienda y mantenimiento de sus condiciones de habitabilidad, abastecimiento, cuidado y atención emocional a los miembros de la familia), sino también a las involucradas en la reproducción del orden social (socialización de hijas e hijos, mantenimiento de las redes familiares y de apoyo mutuo, transmisión de activos culturales). Estas actividades son cruciales para la supervivencia de las personas, pero están conceptualizadas como quehaceres maternales y domésticos –no como trabajo–, y no se pagan ni son contabilizadas como producción nacional. Casi siempre son realizadas por las mujeres y las niñas, y en las comunidades pobres consumen mucha energía y tiempo, pues se hacen manualmente. Los roles productores de las mujeres tienen que ver, generalmente, con su carácter de generadora secundaria de ingresos. Aunque hay mujeres ocupadas en el sector formal de la economía, son muchas más las que se ocupan como trabajadoras familiares no remuneradas en tareas agrícolas consideradas subsidiarias, las que trabajan en empresas del sector informal ubicadas en el hogar o en los barrios urbanos, y las que están en el sector de los servicios, particularmente en el trabajo doméstico remunerado. A pesar de que las mujeres sostienen con sus ingresos una tercera parte de los hogares a escala mundial (ver mujeres, hogares encabezados por), las estadísticas oficiales aún no contabilizan todas las actividades productivas de las mujeres. Las mujeres desempeñan también roles de gestión comunitaria, que se concretan en la organización de eventos sociales, ceremonias y celebraciones; las acciones destinadas a conseguir servicios básicos para el bienestar de sus familias y comunidades; el mantenimiento de las redes sociales comunitarias y la participación en actividades de la política local. Todo ello es determinante del nivel de capital social del que disponen las familias. Además, dada la cada vez más inadecuada provisión del Estado en materia de vivienda y servicios básicos, las mujeres de bajos ingresos asumen la responsabilidad de formar organizaciones locales para luchar por los servicios básicos y el medio ambiente rural. El tiempo que dedican a estas actividades no es contabilizado ni remunerado, y pocas veces las mujeres obtienen reconocimiento o aumentan su prestigio y nivel de influencia en la comunidad por los aportes hechos o los logros alcanzados en este terreno.
La estrategia Género en el Desarrollo (GED) toma en consideración y analiza también los roles masculinos. En el ámbito doméstico, el estereotipo de la masculinidad asigna a los hombres las funciones de proveedor económico principal y protector de aquellos pre-definidos como débiles o vulnerables (mujeres, niñas y niños); así mismo, ejerce la figura de autoridad o jefatura del hogar. El rol de trabajador productivo es el principal rol masculino y los hombres se involucran también en actividades comunitarias, pero en forma marcadamente diferente a la de las mujeres: mientras éstas centran sus esfuerzos en el abastecimiento de servicios colectivos, los hombres tienen funciones de liderazgo en el ámbito político formal, roles de prestigio y autoridad que generan poder y muchas veces son remunerados. El hecho de que hombres y mujeres tengan roles diferenciados presenta implicaciones importantes para la planificación del desarrollo. En virtud de su valor de cambio, sólo el rol productivo se reconoce como tal; el reproductivo y el comunal, al ser considerados naturales y no productivos, no son valorizados. Esto significa que la mayor parte del trabajo que las mujeres realizan es invisible y no reconocido por los hombres ni por los agentes del desarrollo que evalúan las diferentes necesidades de las comunidades. En contraste, la mayor parte del trabajo de los hombres es valorizado, ya sea directamente a través de una remuneración, o indirectamente mediante estatus y poder político. Cl. M. Bibliografía
Ver Otros
Bloques temáticos |