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OMC (Organización Mundial de Comercio)Patxi ZabaloInstitución multilateral encargada de establecer las reglas del comercio internacional. En esta tarea sucede desde 1995 al GATT (siglas inglesas del Acuerdo General sobre Aranceles de Aduanas y Comercio), que venía funcionando desde 1947 y que actualmente ha quedado subsumido en la OMC, de la que forma parte junto a un Acuerdo General sobre Comercio de Servicios (AGCS, en inglés GATS) y otro sobre Aspectos de los Derechos de la Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC, en inglés TRIPs). La OMC es junto al fmi y el banco mundial uno de los principales organismos económicos internacionales. Tanto por su reciente creación como por la amplitud de los temas que regula, la OMC es un instrumento privilegiado de la globalización económica de carácter neoliberal. El año 2000 la OMC cuenta con 138 miembros (137 Estados y la Unión Europea), lo que le proporciona un carácter menos universal que las instituciones de Bretton Woods. De hecho, todavía quedan fuera numerosos países (algunos tan importantes como China o Rusia), que en conjunto suponen en torno a un 10% del comercio mundial. Ahora bien, el ingreso de China parece inminente tras una docena de años de negociaciones, lo que representaría un significativo avance hacia la universalización de la OMC. 1) El GATT, liberalización parcial del comercio internacional con ganadores y perdedores El Acuerdo General sobre Aranceles de Aduanas y Comercio (AGAAC, más conocido por su acrónimo inglés, GATT) surgió en 1947 como fruto del fracasado intento de crear una Organización Internacional de Comercio (OIC) en el seno de la ONU. En efecto, la Carta de La Habana, nombre que recibieron los estatutos de la OIC en referencia a la ciudad en la que se redactaron, fue aprobada en 1948 tras dos años de elaboración. Sin embargo, nunca llegó a entrar en vigor, ya que no fue ratificada más que por dos países ante el boicot declarado por EE.UU., país que, paradójicamente, la había impulsado. El comienzo de la llamada Guerra Fría entre el Este y el Oeste y las presiones de los grandes grupos empresariales estadounidenses sobre su gobierno fueron las principales causas de esta sorprendente actitud. Pero la puesta en funcionamiento de manera provisional de uno de los capítulos de dicha Carta, el relativo a la liberalización del comercio mundial (GATT), en vigor desde el 1 de enero de 1948, también desempeñó un papel relevante. Conseguido el objetivo fundamental, la potencia hegemónica no tenía ninguna necesidad del resto del articulado, que trataba sobre asuntos más incómodos como la relación entre comercio, desarrollo y empleo, los acuerdos sobre productos básicos o la regulación de las empresas internacionales. De este modo, un acuerdo provisional alcanzado en Ginebra entre 23 países, que nunca ha sido una organización internacional en el sentido estricto de la palabra, pasó a ser la atípica tercera pata del orden económico de la posguerra. Y, como ocurría en las otras dos, las instituciones de Bretton Woods, tampoco aquí estaban presentes los países de economía centralmente planificada, liderados por la URSS. Ahora bien, a diferencia del Banco Mundial y el FMI, en el GATT también faltaban muchas economías del tercer mundo, de modo que en 1948 sus países miembros sólo representaban el 57% del comercio mundial. Posteriormente esta cifra fue creciendo, y quince años más tarde ya suponían cerca de las tres cuartas partes del total (OMC, 1999), en parte debido a las nuevas incorporaciones y en parte a causa de la concentración del comercio en los países del Norte: entre 1950 y 1970 el peso del Tercer Mundo en el total de las exportaciones mundiales pasó del 33% al 19% (UNCTAD, 1999). Sin duda, la progresiva liberalización del comercio mundial de productos manufacturados acordada en las sucesivas rondas de negociación del GATT favoreció este resultado, al facilitar el intercambio de manufacturas entre países del Norte. Por su parte, la competencia desleal en los mercados internacionales de los productos agrícolas producidos en el Norte con fuertes subvenciones contribuyó a rebajar los precios relativos de las materias primas agrícolas, gracias a su exclusión de la agenda liberalizadora del GATT. Junto a otras cuestiones, esto provocó el deterioro de la relación de intercambio (pérdida de poder adquisitivo de las exportaciones) de los productos básicos exportados por el Sur, explicando su pérdida de importancia relativa en un comercio mundial cada vez más caracterizado por el auge de los productos industriales frente a las materias primas. Por ello, sólo una decena de países del Sur que durante las tres últimas décadas del siglo XX han conseguido convertirse en grandes exportadores de manufacturas han incrementado su participación en el comercio internacional, mientras la inmensa mayoría de las economías del Tercer Mundo van quedando progresivamente marginadas de los mercados mundiales. 2) Del GATT a la OMC: los acuerdos de la Ronda Uruguay La escasa estructura organizativa de este Acuerdo General entre partes contratantes con sede en Ginebra (Suiza) estaba encabezada desde los años 60 por un director general y sus reuniones anuales rara vez alcanzaban el rango ministerial, salvo para el lanzamiento de una nueva Ronda de negociaciones comerciales. De hecho, esas rondas eran el elemento fundamental del GATT, que ha sido esencialmente un foro de negociaciones comerciales, y ahora forman parte del entramado institucional de la OMC. En el seno del GATT se celebraron ocho rondas de negociaciones comerciales: la primera tuvo lugar en Ginebra en 1947 y la última, conocida como Ronda Uruguay (1986-94), dio origen a la Organización Mundial de Comercio. En las seis primeras se procedió a una progresiva liberalización del comercio internacional, con las limitaciones señaladas, mientras que en la séptima (Ronda Tokio, 1973-79) se abordó una temática más amplia, pero sin llegar a acuerdos que resolvieran satisfactoriamente los problemas planteados en un contexto económico muy distinto al de la fase de expansión de la posguerra. La Ronda Uruguay, como todas las anteriores, se lanzó a instancias de los países desarrollados, particularmente de EE.UU., que, decepcionados con los resultados de la ronda precedente, desde comienzos de los años 80 pretendían ampliar sustancialmente el campo de actuación del GATT. Pero, debido principalmente a los desacuerdos entre las potencias comerciales de ambos lados del Atlántico, la nueva ronda no comenzó hasta 1986 en Punta del Este (Uruguay), con la pretensión de acabar cuatro años más tarde. Y por el mismo motivo las negociaciones no concluyeron hasta el 15 de diciembre de 1993, firmándose el acuerdo definitivo en Marrakech (Marruecos) en abril de 1994 por representantes del más alto nivel de 124 países y de la Unión Europea (Díaz Mier, 1996). Los acuerdos de la Ronda Uruguay constituyen las nuevas reglas del juego comercial mundial. Pero estas reglas encierran más de una trampa: en contra de lo que a menudo se dice, no todo se liberaliza. Así, por ejemplo, a pesar del interés que tiene para muchas economías del Sur, la liberalización gradual del comercio agrícola y los productos textiles avanza muy lentamente. Mientras tanto, la progresiva incorporación de la prestación de servicios al “libre comercio” se centra en aquellos que interesan a las grandes empresas del Norte, como los servicios financieros o las telecomunicaciones, pero excluye la movilidad internacional de la mano de obra. Y, en cambio, lejos de liberalizarse poniendo al servicio de la humanidad los avances de la ciencia y la tecnología, se refuerza la protección de la propiedad intelectual (patentes, marcas y derechos de autor), obligando a los países miembros a adoptar una legislación similar a la de los países del Norte y ampliando el campo de lo patentable hasta los seres vivos, cuando más del 95% de las patentes mundiales están en manos de empresas del Norte. Es decir, los gobiernos de las principales potencias económicas han diseñado unas reglas del juego adecuadas a los deseos de las grandes empresas multinacionales de finales del siglo XX: apertura de mercados en nuevos sectores en expansión e imperio de la patente y de la marca registrada en todo el globo terráqueo. De manera que lo más probable es que al final salgan perdiendo los países pobres, carentes de casi todo salvo de riquezas naturales para expoliar y mano de obra barata para explotar. 3) La OMC, paradigma de la globalización neoliberal En virtud del acuerdo de Marrakech, el 1 de enero de 1995 comenzó a funcionar la Organización Mundial de Comercio, que incluye al GATT, el AGCS (GATS) y el ADPIC (TRIPs). La Conferencia Ministerial, que se reúne como mínimo cada dos años, es el máximo órgano decisorio de la OMC, que también cuenta con un Consejo General y un director general. En la OMC (y antes en el GATT), a diferencia de las instituciones de Bretton Woods, cada país tiene el mismo peso en las votaciones, si bien las decisiones se toman normalmente por consenso. Sin embargo, tras esta apariencia de democracia formal se encuentra la tiranía de los mercados, que otorga una capacidad de decisión proporcional a la potencia económica de cada cual, por lo que de hecho los países desarrollados mandan. Se trata, por tanto, más de una oligarquía que de una verdadera democracia (Evans, 1999). Una oligarquía en la que, además, en muchas comisiones y grupos de trabajo, participan en nombre de los países del Norte personas directamente relacionadas con las empresas del sector correspondiente. Es decir, dictan las reglas del juego quienes más se pueden beneficiar de ellas, “globalizando” así la economía a gusto de las multinacionales (WEDO, 1995). En la OMC recae también la vigilancia de las nuevas reglas comerciales. Para ello cuenta con un Órgano de Examen de Políticas Comerciales, encargado de supervisar su cumplimiento por parte de cada miembro, y además es la única organización internacional que realmente puede imponer sanciones a los países miembros por el incumplimiento de dichas reglas, a través de su Órgano de Solución de Diferencias. Dada su capacidad sancionadora, la OMC se ha convertido a instancias de las potencias del Norte en la casa de acogida de todo tipo de cuestiones económicas más o menos “relacionadas con el comercio”. Primero fueron los derechos de la propiedad intelectual, introducidos en la Ronda Uruguay. Luego, en las sucesivas Conferencias Ministeriales, han venido los intentos de incluir la liberalización de las inversiones internacionales, las compras públicas y la política de la competencia. Y ya se ha colado la liberalización absoluta del incipiente comercio electrónico sin que los países del Sur hayan obtenido nada a cambio. Junto a estos nuevos temas, de capital importancia para el avance de la globalización neoliberal, la OMC también ha sido el lugar escogido por los partidarios de imponer cláusulas sociales y ambientales en el comercio internacional, que no son necesariamente los mismos que los anteriormente mencionados. Aquí, además de algunos gobiernos de países desarrollados, son otras las organizaciones demandantes de la intervención de la OMC: sindicatos del Norte, que defienden sus puestos de trabajo frente a la competencia de las importaciones desde el Sur, y movimientos sociales y ong[ONG, Redes de, ONG (Organización NoGubernamental)] de muy diverso tipo, que pretenden avanzar en el respeto de los derechos humanos y del medio ambiente mediante la amenaza de sanciones comerciales. En un balance preliminar, los primeros cinco años de la OMC han supuesto pasar de la euforia inicial de quienes desde la OCDE o el Banco Mundial prometían enormes beneficios para todo el mundo gracias a los acuerdos de la Ronda Uruguay, al severo revés que supuso el fracaso de su III Conferencia Ministerial, celebrada en Seattle (EE.UU.) en diciembre de 1999. En efecto, la imagen de la OMC salió muy dañada de la reunión de Seattle. Debido a las protestas organizadas en la calle contra la globalización neoliberal y a la postura firme mantenida en la reunión por los ninguneados países del Sur, no se alcanzó ningún acuerdo y no se lanzó la prevista Ronda del Milenio. Y desde entonces los medios de comunicación han empezado a hacerse eco de que muchas personas, organizaciones y gobiernos denuncian la imposición de una mundialización económica al servicio exclusivo de las empresas multinacionales (Khor, 2000). P. Z. Bibliografía
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