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Mujeres y medio ambienteCristina MaoñoPara cumplir sus distintas funciones sociales, las mujeres y los hombres de todas las culturas se relacionan con su entorno natural. Dado que sus funciones son determinadas, en gran medida, por las diferencias de género, es lógico que unas y otros tengan una distinta relación con el medio ambiente. Así, por ejemplo, las mujeres campesinas se ocupan mayormente de acarrear el agua, recolectar la leña, cuidar los cultivos familiares y los animales pequeños, en tanto los hombres se dedican a la agricultura y la ganadería de mayor escala. A la vista de los particulares vínculos que las mujeres establecen con los recursos naturales, en el marco de las funciones y tareas que la división genérica del trabajo les ha asignado (ver roles de género), ha prosperado en los últimos años la idea de que “existe una relación específica entre la mujer y el medio ambiente”. Sin embargo, esta afirmación es aún débil, en términos teóricos, pues las categorías “medio ambiente” y “mujer” distan mucho de tener significados unívocos. La primera incluye desde las preocupaciones estrictamente conservacionistas hasta las demandas de quienes consideran que la desigual distribución de la riqueza es la causa del deterioro de la naturaleza. Por su parte, la categoría “mujer” es poco útil para definir la diversidad de necesidades e intereses de las mujeres (ver intereses y necesidades de género), las cuales se relacionan de manera diferente con el medio ambiente. Y, por último, aunque el concepto “género” define un aspecto de las relaciones sociales –precisamente aquel que crea diferencias en la posición de mujeres y hombres en el proceso social–, tampoco existe una única manera de conceptualizar la forma en que el género se articula con el medio ambiente. El ecofeminismo es la elaboración téorica más sólida en este campo. Autoras ecofeministas, como Shiva (1984) y Mies (1986), plantean que existe una particular vinculación de las mujeres con la naturaleza, que tiene su base en la armonía de los funcionamientos cíclicos de ambas y en la semejanza establecida a partir de la capacidad de generar vida (de seres humanos en un caso, de vida de todo tipo en el otro). Este planteamiento retoma la visión esencialista de la mujer –que la asociaba con la natualeza en oposición a la cultura– pero para proponer que tal relación privilegiada con la naturaleza convierte a las mujeres en las mejores defensoras del medio ambiente, por su capacidad innata de generar, sostener y cuidar la vida. La conclusión política es que las mujeres están naturalmente legitimadas para criticar la “depredadora civilización patriarcal” y para frenar la destrucción del medio ambiente construyendo un nuevo orden social fundado en la ética del cuidado de la vida. Sin embargo, otras corrientes feministas, tanto en el Norte como en el Sur, discrepan de los planteamientos ecofeministas y niegan que exista una “esencia femenina” capaz de igualar a todas las mujeres en su relación privilegiada con el medio ambiente. Por el contrario, sostienen que son las distintas posiciones de las mujeres en las relaciones económicas, raciales, etáreas o políticas, las que determinan la relación que cada sector femenino establece con su entorno natural. Las brasileñas Pitanguy y Herculano (1993:81) señalan que “Mujer y medio ambiente no constituyen categorías a-históricas, calcadas en verdades esencialistas. Ni están las mujeres, en virtud de su biología, intrínsecamente relacionadas con la naturaleza. Al contrario, la mujer, así como el medio ambiente, del cual es parte, están profundamente marcados por la historia e inmersos en las características y arreglos coyunturales de los panoramas nacionales e internacionales, donde los patrones de producción, consumo y distribución de la riqueza y del poder decisorio desempeñan un rol fundamental”. Desde este enfoque se destaca que, en el caso de las mujeres rurales pobres del Sur que viven en contextos de creciente feminización de la pobreza, son sus funciones domésticas y productivas las que propician su particular relación con el medio ambiente. Al sufrir de manera directa e inmediata los efectos del deterioro medioambiental (mayores dificultades para conseguir agua, leña o alimentos) o de la introducción de maquinaria o plaguicidas que les dejan sin trabajo en las labores agrícolas, pueden ver con mayor claridad la necesidad de cuidar y conservar los recursos naturales para garantizar su supervivencia, la de su familia y la de las generaciones futuras. Las mujeres urbanas pobres, por su parte, han sido activas luchadoras contra la proliferación de desechos tóxicos, la contaminación del aire causada por la actividad industrial, la escasez de áreas verdes y otros problemas ecológicos propios de las populosas ciudades del Sur; en tanto madres, resienten los efectos de la degradación medioambiental en la salud de sus hijos e hijas y se movilizan para mejorar su calidad de vida en este sentido. El Foro de Nairobi, realizado paralelamente a la Tercera Conferencia Mundial sobre la Mujer (Nairobi, 1985), definió por primera vez a las mujeres como “las gestoras privilegiadas del medio ambiente” y consideró crucial su papel en este campo. Desde entonces, y sobre todo a partir de la Conferencia Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo (Río de Janeiro, 1992) donde las mujeres lograron incorporar sus demandas en la Agenda 21, las agencias de naciones unidas han caracterizado reiteradamente a la población femenina como la poseedora, por excelencia, de las habilidades y conocimientos necesarios para el cuidado del medio ambiente. También han enfatizado la necesidad de tomar en cuenta su aporte para lograr un desarrollado sostenible, armónico con la naturaleza, centrado en las personas, que cubra las necesidades básicas e impulse la paz y la democracia. Durante la última década, y como resultado de la creciente aceptación de este enfoque en las agencias internacionales encargadas del desarrollo, miles de proyectos de carácter medioambientalista han sido implementados con mujeres campesinas. Proyectos dirigidos a capacitar a las mujeres en métodos de abono orgánico y cultivos alternativos para un mejor cuidado de la tierra, en el uso de cocinas eficientes que ahorran el consumo de leña para así frenar la deforestación, en el cuidado y aprovechamiento de las fuentes de agua, en el uso de nuevos alimentos en la dieta familiar, reciclaje de la basura, técnicas de control biológico para evitar el uso de pesticidas y otros semejantes (ver agricultura sostenible). Algunas voces críticas (Pitanguy, Gita Sen) han señalado que mientras las agencias de desarrollo mantienen a las mujeres pobres ocupadas en estas tareas –que resultan ser útiles para la conservación del medio ambiente pero también refuerzan sus roles de madres y cuidadoras e incrementan su tiempo de dedicación a las labores domésticas– se descuida la acción contra los poderosos sectores económicos que siguen talando bosques de manera indiscriminada y produciendo desechos tóxicos que envenenan el aire. Así mismo, plantean la conveniencia de no recargar a los sectores más pobres y vulnerables con la responsabilidad de conservar el medio ambiente, e integrar los intereses y necesidades de género de las mujeres (relativas a salud, necesidades básicas y participación política) en una política global que articule el desarrollo humano con la equidad de género (ver igualdad de género) y el cuidado de la naturaleza. N. V, con C. Ma. Bibliografía
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