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Mujeres, Enfoques de políticas hacia lasClara MurguialdayManeras diversas de conceptualizar la situación de las mujeres, que dan lugar a diferentes políticas, programas y proyectos destinados a promover su participación en los procesos de desarrollo. Desde los años 60, la cooperación para el desarrollo viene formulando una serie de intervenciones dirigidas a promover la incorporación de las mujeres en el desarrollo de sus sociedades. Estas actuaciones han sufrido notables cambios, pues han estado determinadas tanto por las concepciones que los agentes del desarrollo tienen sobre el papel social de las mujeres, como por los diversos modelos de desarrollo puestos en práctica y sus efectos en los países destinatarios de la cooperación. Tales cambios se han reflejado en el carácter de los programas y proyectos dirigidos a las mujeres, pero también en el grado de institucionalización que los temas de mujeres han logrado en la agenda del desarrollo. Los planteamientos que sustentan las políticas dirigidas hacia las mujeres han transitado desde la invisibilización de sus intereses y necesidades de género, hasta la consideración actual de la subordinación de género como un obstáculo para el desarrollo. Autoras como Mayra Buvinic (1983) y Caroline Moser (1989) han sistematizado los enfoques vigentes durante las últimas décadas, analizándolos desde la perspectiva de género, es decir, identificando en qué forma han considerado los roles, responsabilidades, necesidades e intereses de las mujeres; las condiciones en que unos u otros han logrado aceptación en los ambientes de la cooperación al desarrollo, los objetivos que pretenden, los resultados que consiguen y, en definitiva, lo que las mujeres pueden esperar de cada tipo de programas y proyectos, en función de los enfoques que los sustentan. Los enfoques señalados por estas autoras responden, en una u otra medida, a las tres maneras en que las instituciones del desarrollo han conceptualizado el papel de las mujeres en la sociedad (ver género, roles de): a) Las mujeres son un sector vulnerable, receptoras pasivas de las acciones del desarrollo e intermediarias, en tanto madres, para que sus hijos e hijas accedan a determinados bienes y servicios. b) Las mujeres son agentes económicos, susceptibles de ser utilizados para aliviar la pobreza de sus hogares y dotar –mediante su trabajo no pagado– a sus familias y comunidades de los servicios colectivos que el Estado no provee. c) Las mujeres son el polo subordinado en las desiguales relaciones de género, lo que les impide acceder en condiciones de equidad a los recursos y al poder. Estas concepciones han dado lugar a distintas políticas, programas y proyectos dirigidos a las mujeres de las sociedades del Sur. Aunque las políticas han aparecido más o menos simultáneamente y no todas han tenido la misma popularidad en los círculos de la cooperación para el desarrollo y la ayuda humanitaria, puede trazarse una periodización de su vigencia en las instituciones del desarrollo durante los últimos cuarenta años. Así, la primera manera de entender el papel de las mujeres en el desarrollo resalta sus roles reproductores y su perfil de sector vulnerable. Ésta es la base del “enfoque del bienestar” que caracterizó a las políticas de cooperación al desarrollo implementadas desde los años 50 hasta bien entrados los 70, en el marco de un modelo de desarrollo que priorizaba la modernización y el crecimiento acelerado del producto nacional. Según esta visión, las mujeres son solamente merecedoras de ayuda asistencial (alimentos, educación nutricional, salud materno-infantil) con el objeto de que garanticen la supervivencia de las familias mientras ocurren los “milagros” del desarrollo. El binomio madre/hijo, no las mujeres, es identificado como la unidad que debe ser impactada por la cooperación, y su objetivo explícito enseñar a las madres cómo criar a futuros trabajadores sanos y productivos. La segunda concepción valora ante todo los roles productores de las mujeres y empezó a ser asumida a inicios de los años 70, junto con el desencanto producido por los resultados del modelo desarrollista y la convicción de que se necesitaban políticas redistributivas para dar satisfacción a las necesidades básicas de las personas. Los primeros estudios sobre el impacto de la modernización constataron que las mujeres no sólo habían estado ausentes de sus acciones y beneficios, sino que veían empeorado su estatus familiar y social como consecuencia de los procesos de desarrollo. Convencidas de que ello no hubiera ocurrido si los planificadores hubieran reconocido la valiosa contribución de las mujeres a la economía, las feministas que trabajaban en organismos internacionales (oit, Organización Internacional del Trabajo y otras instituciones de Naciones Unidas) y en la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID) del gobierno estadounidense, buscaron hacer visible el aporte de las mujeres al logro de las metas globales del desarrollo. Con sus investigaciones, debates y propuestas de nuevas políticas hacia las mujeres, académicas y funcionarias del desarrollo (Esther Boserup, Irene Tinker, Mayra Buvinic, Bina Agarwal, Carmen Diana Deere, Roxanne Dixon y otras) inauguraron una nueva senda para incorporar a las mujeres a los procesos de modernización: la estrategia llamada Mujer en el Desarrollo (MED), de amplia vigencia en los círculos de la cooperación gubernamental y multilateral hasta fechas recientes. En la primera mitad de los años 70, las impulsoras de esta estrategia enfatizaron la meta de la igualdad de género (género, igualdad de) entre mujeres y hombres en el acceso a la educación, la capacitación laboral, el empleo y la representación política. Este énfasis en el logro igualitario de recursos y oportunidades dio origen al denominado “enfoque de la equidad” –más acertadamente llamado por Kabeer (1994) “enfoque de la igualdad de oportunidades”–, que constituye la primera concreción de la estrategia MED. Superar los obstáculos que afrontan las mujeres para obtener un puesto de trabajo remunerado así como la brecha existente en ingresos y condiciones laborales, mejorar la productividad de las actividades femeninas tanto en el ámbito doméstico como en el mercado, y realizar cambios en los roles tradicionales de mujeres y hombres, fueron planteadas como las condiciones indispensables para que las mujeres participen con justicia en los beneficios del desarrollo. En un segundo momento, a mediados de la década del 70, las promotoras de la estrategia MED –particularmente aquellas ubicadas en la OIT y el banco mundial– destacaron el aporte que las mujeres podrían hacer con su trabajo productivo al alivio de la pobreza de sus hogares afectados por la crisis económica. Este planteamiento dio lugar al “enfoque anti-pobreza” de las políticas dirigidas a las mujeres (segunda aproximación de la estrategia MED), concretado en la puesta en marcha de pequeños proyectos generadores de ingresos. En los años 80, en pleno auge de las políticas de ajuste estructural, se popularizó una tercera versión del objetivo de visibilizar a las mujeres: no sólo éstas necesitan al desarrollo para superar su atraso y marginación, sino que además “el desarrollo necesita a las mujeres”, pues la eficiencia de sus acciones nunca será lograda dejando de lado el potencial productivo de la mitad de la población. Ello dio origen al planteamiento más popular hoy en los ámbitos de la ayuda oficial al desarrollo y en instituciones como el Banco Mundial: el “enfoque de la eficiencia”. Las políticas derivadas de este enfoque apuntan a lograr una eficiente asignación de los recursos del desarrollo, ya sea mediante la utilización del trabajo no pagado de las mujeres –cuando se dota a las comunidades de la infraestructura y servicios colectivos que el Estado deja de suministrar– o dirigiendo hacia ellas inversiones en capital humano (educación, salud, créditos o capacitación técnica), cuando se constatan los altos “retornos sociales” de invertir en las mujeres para conseguir otros muchos objetivos económicos y sociales. A finales de los años 80 se produjo un cambio importante en la forma en que la cooperación al desarrollo estaba visualizando a las mujeres, como resultado de los esfuerzos de las feministas socialistas (Lourdes Benería, Gita Sen, Ann Whitehead, Kate Young y otras) y los movimientos de mujeres del Sur, por incluir en la agenda del desarrollo la desigualdad entre mujeres y hombres (ver género). Múltiples estudios y evaluaciones de proyectos dirigidos a mujeres pusieron de relieve que las relaciones de dominio/subordinación entre los géneros constituyen un obstáculo a la plena participación de las mujeres en el desarrollo; en consecuencia, el énfasis de los análisis y las propuestas dejó de estar centrado en la mujer y comenzó a enfocarse sobre el género y, particularmente, sobre las relaciones desiguales de poder entre los géneros Esto dio lugar a la estrategia denominada Género en el Desarrollo (GED). Durante los 90, la terminología del género (género, roles de, relaciones de género, análisis de género, etc.) ha sido ampliamente adoptada, tanto por las agencias internacionales como por las instituciones gubernamentales y no gubernamentales que cooperan para el desarrollo, aunque no está siendo interpretada de la misma manera. Para algunos organismos, género es apenas otra palabra para denominar a las mujeres; a otros, el género les ha proporcionado una excusa para abandonar los proyectos dirigidos exclusivamente a las mujeres; para los movimientos de mujeres y las feministas, sin embargo, género alude a las asimetrías de poder entre hombres y mujeres que deben ser afrontadas por las políticas de desarrollo, mediante el apoyo a procesos de empoderamiento, organización y autonomía de las mujeres. En los últimos años, la estrategia GED ha recibido un fuerte respaldo institucional por parte de las Naciones Unidas y otras agencias multilaterales, como el cad (Comité de Ayuda al Desarrollo) de la OCDE. En particular, el paradigma del desarrollo humano propuesto por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) coloca a las personas en el centro de las preocupaciones del desarrollo y considera que éste es injusto si la mayoría de las mujeres quedan excluidas de sus beneficios. El enfoque del desarrollo humano ha abierto un nuevo marco para abordar el objetivo de la equidad de género; así fue plasmado en la Declaración Política de la Conferencia Mundial sobre la Mujer de Beijing, suscrita por la mayoría de los gobiernos del mundo en 1995, que hace de la erradicación de las desigualdades entre las mujeres y los hombres un objetivo principal de las intervenciones de desarrollo. Cl. M.
Fuente: Elaboración propia a partir de Moser, Caroline et al. (1999), Mainstreaming Gender and Development in the World Bank. Progress and Recommendations, World Bank, Washington. Bibliografía
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