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Medios de comunicaciónKarlos Pérez de Armiño y Marta AreizagaLos medios tienen una importante incidencia en la percepción de la opinión pública occidental sobre los problemas del desarrollo y las crisis humanitarias, influyendo en el cómo, cuándo y dónde de las actuaciones de respuesta. Además, a escala nacional o local, los medios pueden utilizarse para exacerbar diferencias y alentar los conflictos civiles, pero también pueden ser un instrumento para el desarrollo o la construcción de la paz. Sin embargo, es discutido hasta dónde llega su capacidad de influencia real y el sentido de ésta. 1) Incidencia en los países en crisis Los medios de comunicación suelen ser una herramienta de los grupos en el poder para defender sus intereses, legitimar sus políticas y asegurarse el apoyo de la población. En este sentido, en casos de conflicto se han utilizado como un instrumento de propaganda sectaria para exacerbar odios interétnicos, manipular a la población y alentar la violencia. Así ocurrió por ejemplo en la antigua Yugoslavia, o en Ruanda en 1994, donde la Radio de las Mil Colinas difundió mensajes de odio e incitó a las masacres contra los tutsis. Sin embargo, los medios, si son adecuadamente empleados, pueden tener un decisivo papel a favor del desarrollo y de la paz. La radio, en particular, tiene un gran potencial, por varias razones: por un lado, los receptores son baratos, no requieren ser conectados a la línea eléctrica y son fácilmente transportables; por otro, las emisoras de radio no requieren instalaciones sofisticadas y frecuentemente permanecen operativas cuando durante los conflictos han dejado de funcionar otros medios. Las investigaciones de audiencia del Servicio Mundial de la BBC prueban que sus oyentes aumentan allí donde se declaran conflictos, como ha ocurrido en Somalia, Ruanda o Afganistán (Adam, 1999:5). Muchos proyectos de desarrollo local incluyen la creación de medios de comunicación (un boletín, una emisora en lengua nativa, etc.), por cuanto contribuyen a reforzar los lazos comunitarios así como a incrementar la información de las personas, siendo ambas cosas decisivas para su empoderamiento, para su capacidad de tomar decisiones con las que mejorar sus vidas. Esto evidentemente requiere un buen conocimiento de la población local, un apoyo sostenido en el tiempo (formación, apoyo técnico) y unos vínculos de confianza entre los medios y las organizaciones locales. Los medios de comunicación pueden desempeñar un papel importante como herramienta para la defensa de los derechos humanos y de las reivindicaciones de los sectores vulnerables, así como para ejercer presión política y fortalecer la democracia. En este sentido, pueden desempeñar un papel fundamental para forzar a los gobiernos a adoptar políticas que respondan a las necesidades de la población y les permitan no sucumbir en caso de desastre. Como dice Amartya Sen (1992), en ningún país con prensa independiente y partidos de oposición legalizados se ha desatado nunca una hambruna, habida cuenta de que cuando las manifestaciones iniciales de ésta son denunciadas por los medios y explotados políticamente, los gobiernos se ven obligados a tomar medidas de mitigación, como ha ocurrido frecuentemente en la India. Los medios pueden cumplir así una función equiparable a la de los sistemas de alerta temprana de seguridad alimentaria. Por otro lado, existe un creciente interés entre las agencias internacionales por el gran potencial que los medios de comunicación pueden encerrar en el campo de la ]gestión de conflictos], tanto antes como durante y después de éstos. Por un lado, los medios pueden contribuir a la difusión de campañas y a la información o sensibilización de la población en temas clave, como las medidas de precaución ante las minas antipersonales. Un ejemplo exitoso es una radionovela de las emisiones en afgano de la BBC, centrada en la historia de supervivencia de dos comunidades en situación de guerra, que ha transmitido indirectamente conocimientos sobre tales medidas de precaución: un estudio de 1997 demostró que sus oyentes tenían la mitad de riesgo de verse afectados por la explosión de minas que quienes no lo eran (Adam, 1999:6). Además, algunos señalan que los medios pueden contribuir a la prevención de los conflictos, puesto que, al dar a conocer una situación de crisis y sus causas, a veces estimulan una intervención internacional temprana y adecuada. Este papel se ve sin embargo disminuido por el hecho de que los conflictos civiles actuales tienen un alto nivel de imprevisibilidad, y que los medios frecuentemente carecen de un mínimo nivel de análisis. En este campo, se han llevado a cabo varias iniciativas mencionables. Así, por ejemplo, en 1992 se fundó Internews, una organización internacional que apoya al periodismo independiente en veinte países, sobre todo en los de la antigua URSS, como forma de promover la democracia pluralista, de promover el diálogo y de mitigar los conflictos. A tal fin, ha formado a miles de periodistas y especialistas, ha dado apoyo técnico y equipamiento a cientos de emisoras de radio y televisión independientes, y ha producido programas para estos medios siguiendo criterios independientes. En la ex Yugoslavia, por ejemplo, ha informado ampliamente sobre la labor del Tribunal de Crímenes de Guerra de la Haya, llenando el hueco dejado por los medios locales. Igualmente, la Plataforma Europea para la prevención y transformación de los conflictos creó el Proyecto Respuesta Mediática Rápida, orientado a dar a conocer en Occidente conflictos en fase inicial, detectados en base a los indicadores de un sistema de alerta temprana de conflictos. Por otro lado, los medios pueden contribuir a la reconciliación y la convivencia de los grupos enfrentados, tanto antes del estallido del conflicto como después durante el proceso de rehabilitación. Su contribución a tales fines puede consistir en informar con veracidad e imparcialidad a todas las comunidades; facilitar la comunicación y el conocimiento mutuo entre las partes, contrarrestando estereotipos y prejuicios, y educar sobre el proceso de resolución, difundiendo vías e iniciativas cívicas de construcción social. Evidentemente, esto obliga a superar el enfoque periodístico estrictamente informativo e imparcial, y optar por una programación con objetivos editoriales definidos, orientados a la construcción de la paz y la sensibilización. Este tipo de medios encuentran dificultades en su labor, pero pueden tener éxito si reciben un apoyo sostenido en el tiempo y establecen vínculos operativos con las organizaciones existentes en el terreno (Adam, 1999:5). En esta línea, la comunidad internacional ha creado en Bosnia varios medios de comunicación para promover la rehabilitación posbélica y la reconciliacion entre las tres comunidades, por ejemplo la televisión independiente OBN promovida por la Oficina del Alto Representante de Naciones Unidas, o la red de emisoras de radio FERN creada por la OSCE. Sin embargo, tales iniciativas, en parte por el escaso nivel de su programación, no han supuesto un desafío importante a los grandes medios que han alentado posiciones sectarias de confrontación. Además, autores como Gowing (1997:14) son escépticos en cuanto al papel de los medios respecto a la reconciliacion en contextos de conflictos civiles, ya que éstos responden a factores locales difíciles de captar desde el exterior y son alentados por señores de la guerra decididos a utilizar la violencia para imponer su hegemonía. 2) Impacto de los medios en el Norte Por otro lado, los medios de comunicación tienen una fuerte incidencia en la forma en que las sociedades de los países desarrollados perciben los problemas del subdesarrollo y las crisis humanitarias, y consiguientemente en las respuestas que les dan. Esta incidencia ha aumentado durante los años 90, por varias razones. Por un lado, el fin de la Guerra Fría ha favorecido una cierta despolitización en el análisis de los problemas del Tercer Mundo, y ha incrementado la intervención humanitaria de los Estados occidentales en las crisis y conflictos habidos en aquél. Por otro, el desarrollo del medio televisivo ha favorecido una retransmisión en tiempo real de desastres y guerras, transformándolos en espectáculos globales con fuerte impacto social. En este contexto, se ha hablado de la existencia de un “triángulo de la crisis”, formado por gobiernos donantes, medios de comunicación y organizaciones humanitarias, que se influyen mutuamente a la búsqueda de sus propios objetivos, respectivamente: legitimidad política e interés nacional, audiencia, y respaldo social y financiación (Aguirre, 1999:219). Ahora bien, entre los especialistas existen diferentes opiniones en torno a en qué medida los medios pueden condicionar las relaciones entre los otros actores y determinar la respuesta a los desastres. Una opinión defendida por muchos, y que ha encontrado amplia aceptación, consiste en que la comunidad internacional sólo actúa ante aquellos desastres que son noticia: su cobertura por parte de los medios provocaría una movilización de la opinión pública que generaría el estímulo político necesario para actuar, mientras que otras crisis de las que no se informa quedan en el olvido. Es lo que se ha bautizado como el efecto CNN, conforme al cual los grandes medios se habrían convertido en un actor relevante de la ayuda humanitaria, por su capacidad para condicionar las agendas de gobiernos, agencias y ONG. Esta constatación parece cierta, al menos en parte. Es sabido que los reportajes emitidos en 1984 por la BBC y la NBC sobre la hambruna en Etiopía fueron los que motivaron el inicio de la ayuda humanitaria, cuando la comunidad internacional disponía ya meses antes de información sobre la crisis. Del mismo modo, la Secretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright afirmó que la influencia de la televisión es tan profunda que podía ser considerada como el “miembro decimosexto” del Consejo de Seguridad de naciones unidas (Gjelten, 1998:5). Ahora bien, son numerosos los autores, entre los que destaca Gowing (1997), un veterano corresponsal especializado en política exterior y conflictos, que en los últimos años cuestionan la existencia de tal efecto CNN. En su opinión, el papel de los medios en los conflictos civiles actuales no resulta claro, y frecuentemente se malinterpreta y se exagera. No existe una relación directa causa-efecto entre la cobertura televisiva de una guerra y la respuesta de la política exterior de los gobiernos, dado que los diferentes actores tienen cierta autonomía y se ven influidos por varios factores, no sólo por los medios. En general, estos autores suelen subrayar que lo que realmente marca la agenda política de los donantes es el interés nacional. Así, los grandes poderes a veces no han actuado ante crisis que sí han ocupado espacio en los medios y a pesar de las peticiones de algunos de éstos para intervenir. Los bombardeos rusos contra Chechenia en diciembre de 1994, retransmitidos por la televisión, no despertaron la acción internacional. Tampoco lo hicieron las conocidas matanzas en Burundi entre 1993 y 1996 de 150.000 personas, a pesar de los llamamientos de las Naciones Unidas, seguramente porque EE.UU. no quería poner en juego su alianza con los tutsis en la región. Igualmente, tras una larga pasividad que había ignorado las demandas periodísticas en tal sentido, la intervención norteamericana en Bosnia no llegó hasta 1995, cuando la administración Clinton decidió tener una implicación más decidida en las crisis internacionales y vio que podía gestionar el problema desde la OTAN, reemplazando a la ONU (Gowing, 1997:4-11). Además, como apunta Weiss (1999:204-5), es difícil que los políticos pongan en riesgo su capital (popularidad, votos) en intervenciones controvertidas con resultados inciertos si el interés nacional no está en riesgo. Por otro lado, los Estados fuertes han intervenido en otros casos en los que no había una fuerte cobertura mediática, pero sí intereses nacionales en juego. A modo de conclusión podríamos decir que seguramente no existe una relación mecánica entre cobertura mediática y respuesta política, y que las razones estratégicas pueden tener más peso en la actuación de los Estados que la sensibilización de la opinión pública. Ahora bien, el efecto CNN probablemente sí tiene incidencia cuando los gobiernos tienen dudas sobre qué hacer, o el coste de intervenir es relativamente bajo (Gjelten, 1998:5). En efecto, su peso probablemente sea mayor ante conflictos en los que no existan intereses geopolíticos significativos, o en el caso de desastres activados por catástrofes naturales. Por otro lado, no son sólo los medios los que influyen sobre los otros actores (gobiernos, agencias multilaterales, ONG), sino que también ocurre al revés. Así, con frecuencia los gobiernos utilizan a los medios para despertar emociones ciudadanas con las que legitimar su intervención en determinados casos según los intereses en juego. Un ejemplo fue la retransmisión del testimonio de una supuesta testigo de las tropelías de los soldados iraquíes en los hospitales infantiles de Kuwait, causando la muerte a 319 bebés. El caso conmovió a la ciudadanía de EE.UU. y fue decisiva para que un Congreso dubitativo acabara aceptando la intervención Tormenta del Desierto. En realidad, la joven era hija del embajador kuwaití en EE.UU. y la noticia fabricada por una agencia de comunicación financiada por Kuwait. De forma similar, los kurdos de Irak sólo comenzaron a ser presentados como víctimas de Sadam Hussein a partir del momento en que éste se convirtió en un enemigo de Occidente, con la Guerra del Golfo. Sin embargo, la masacre de 5.000 kurdos en 1988 en Halabjah mediante bombardeos químicos no mereció respuesta alguna, pues en ese momento todavía no eran “víctimas de interés” (Brauman, 1993:156-7). En otras ocasiones, quizá más frecuentes, los medios se utilizan para hacer declaraciones de buenas intenciones, de forma que la retórica humanitaria permita sustituir a las necesarias medidas políticas (Brauman, 1993:160). Del mismo modo, las ONG y otras agencias humanitarias han aprendido a utilizar el poder de los medios de comunicación, y presionan a las grandes cadenas de televisión para que cubran los conflictos y desastres en diferentes lugares. Con ello buscan activar el citado efecto CNN, pero también dar visibilidad a su trabajo y lograr apoyo público y financiación. El hecho de que la captación de fondos venga marcada crecientemente por los medios a veces genera cierta competencia y dificulta la coordinación entre las diversas organizaciones (Munslow y Brown, 1999:220). Los medios son, además, una herramienta decisiva para las ONG en sus campañas de sensibilización, educación para el desarrollo y presión política, en torno a diferentes problemas: minas antipersonales, deuda externa, control de exportación de armas, etc. En otro orden de cosas, los medios de comunicación tienen un papel esencial también en la forma en que la opinión pública del Norte concibe e interpreta los problemas del desarrollo en el tercer mundo, así como las crisis humanitarias. Esto, evidentemente, condiciona las respuestas que se ofrecen. Se trata de un problema que se manifiesta en diferentes niveles. Por un lado, la realidad de los países pobres merece un peso escaso en el sistema internacional de información, frente a la sobrerrepresentación de los problemas y acontecimientos del Norte. Esto se debe, por un lado, a que cuanto más lejos geográfica y sicológicamente esté una situación, un conflicto o desastre, menor es su noticiabilidad. Pero también se debe a la enorme y creciente concentración de medios de comunicación en manos europeas y norteamericanas. El 90% de los flujos informativos internacionales son decididos por unas pocas televisiones globales, tres agencias internacionales y media docena de periódicos de referencia internacional. De ahí hacia abajo, los medios nacionales o locales simplemente se dejan llevar por la marea (Sahagún, 1997:99). Esto da lugar a una cobertura informativa con un enfoque enormente sesgado y parcial, que magnifica y se basa en las prioridades morales de la minoría blanca de la humanidad (Ignatieff, 1998:292). Por otro lado, por razones técnicas y comerciales, los medios, y muy especialmente la televisión, tienden a concentrarse en los aspectos más impactantes y emotivos. Se centran en lo visual, no en las explaciones o el análisis: en los cadáveres en el foso, más que en la planificación de la limpieza étnica. Se construye así una información instantánea, superficial, con mensajes estandarizados, que deja honda huella en la mentalidad colectiva del público occidental. a) Habitualmente sólo son noticias los desastres en su punto álgido, esto es, las situaciones de hambruna, éxodo, epidemias, etc. No lo son, sin embargo, los largos procesos de gestación de las crisis y los factores estructurales que generan la vulnerabilidad. Por consiguiente, en la medida en que los medios contribuyan a estimular la respuesta a las crisis, se trata de un estímulo tardío, orientado más a paliar sus peores efectos cuando ya han estallado que a tomar a tiempo medidas de prevención[Prevención de conflictos, Prevención de desastres] o mitigación. Del mismo modo, como una crisis sustituye pronto a la anterior, tampoco son noticia los procesos de rehabilitación, por lo que el apoyo internacional a éstos suele disminuir conforme pasa el tiempo. Por otro lado, señalemos a este respecto que las ONG europeas se comprometieron en 1989 a no utilizar imágenes patéticas y estereotipadas, mediante su Código de Imágenes y Mensajes a propósito del Tercer Mundo (ver códigos de conducta), lo cual podría servir de pauta también para los medios y otros actores. b) En la medida en que no suele ofrecerse un análisis del contexto causal de las crisis humanitarias, éstas acaban por perder su carácter político y presentarse como si fueran catástrofes naturales, en las que hay víctimas pero no culpables. Las imágenes de la hambruna etíope de 1984 mostraron la situación de quienes la sufrieron, pero no se hicieron eco de las maquinaciones de las elites que la alentaron como instrumento de guerra y opresión étnicas, ni del fracaso continuado de sus políticas (Ignatieff, 1998:294). Esto innevitablemente representa un incentivo a políticas internacionales orientadas a una ayuda de emergencia paliativa y de corto alcance, relegando otras intervenciones enfocadas al desarrollo a largo plazo mediante la superación de las causas estructurales que generan la vulnerabilidad. c) La sucesión continuada de crisis que no se explican ni se entienden puede acabar generando indiferencia y cansancio en la opinión pública, en otras palabras, una “fatiga de la compasión” o fatiga de la cooperación, es decir, una reticencia a seguir proporcionando ayuda para paliar crisis absurdas e irracionales (Moeller, 1999:2). Si bien la televisión humaniza y personaliza las historias, también las despolitiza, lo cual “debilita la comprensión en la que se basa la empatía –y el compromiso moral– prolongados” (Ignatieff, 1998:295). En este sentido, Gjleten (1998:5) habla de un efecto CNN a la inversa en EE.UU., donde la sucesión de informaciones negativas y trágicas sobre África generan frustración y desengaño en la población sobre la posibilidad de que la ayuda de su gobierno pueda resolver problemas que parecen permanentes e irresolubles, mermándose así el apoyo público a la misma. d) Las imágenes televisivas frecuentemente distorsionan la realidad de lo que ocurre en las situaciones de desastre. La escena habitual de una madre con su hijo al borde de la muerte por malnutrición ayudados por un cooperante blanco encierra diversos mensajes implícitos. En primer lugar, genera una visión de desamparo absoluto de los afectados, de dependencia total de la ayuda externa, de que “morirían sin nosotros”. Esta imagen, que puede reconfortar al telespectador contribuyente, en el fondo magnifica la contribución real de la ayuda internacional, al tiempo que soslaya que la población local dispone de capacidades, estrategias de afrontamiento y redes sociales (ver capital social) que frecuentemente son más relevantes que la primera a la hora de afrontar la crisis. Tal distorsión puede estimular formas de ayuda paternalistas y jerarquizadas, reticentes a la participación de la población local y al uso de sus propios recursos. f) En relación a lo anterior, rara vez se da voz a los propios afectados, sino que la situación suele ser contada por “mediadores” occidentales presentes en el lugar (cooperantes, funcionarios internacionales, etc.) que permiten autentificar que una crisis lo es. De forma similar, después de meses de gestación, la hambruna de Somalia sólo saltó a los medios en julio de 1992 cuando viajaron al país el Secretario General de NNUU, Bernard Kouchner (ministro francés de acción humanitaria) y la senadora estadounidense Nancy Kasselbaum. “Tras ser autentificadas por mediadores reconocidos, las víctimas podían convertirse en objeto de nuestra compasión y los verdugos en objeto de nuestro oprobio” (Brauman, 1993:158). Todo esto refuerza el carácter eurocéntrico de la cobertura mediática, que tiende a olvidar a la población local, su cultura y sus propias prioridades. K. P., con M. A. Bibliografía
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