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IndígenasJorge GutiérrezPueblos originarios del territorio en que habitan, cuyo hábitat y particularidades culturales han sido marginados por la llegada de otros grupos. Pese a la marginación y, en muchos casos, práctica aniquilación a la que han sido sometidos, existen aún pueblos indígenas en los cinco continentes y en todo tipo de países: desde los maoríes de Nueva Zelanda a los indios de EE.UU., pasando por los grupos nómadas de África, o las etnias de la selva amazónica. En conjunto se estima que representan unos 300 millones de personas que en su mayor parte constituyen pequeñas minorías en sus países, con excepciones como Guatemala y Bolivia, donde son mayoría. A pesar de su relativamente escaso número, se calcula que el 95% de las culturas que existen en el mundo son indígenas (González Pazos, 1998:17). Esta gran variedad de casos hace difícil delimitar claramente el concepto de indígena, aunque sí se pueden extraer ciertos rasgos comunes: la prioridad temporal en cuanto a ocupación del territorio, una situación de marginación, la persistencia de unos rasgos socioculturales peculiares y, a veces, la reafirmación y exigencia del respeto a sus derechos y formas de organización. Muchas de estas culturas han desaparecido como consecuencia de prácticas de exterminio o violencia a gran escala, en gran parte consecuencia del proceso de expansión y colonización de Occidente por todo el mundo. Así, la población india de Norteamérica ha disminuido un tercio desde 1800, en tanto que 87 tribus amazónicas se extinguieron en la primera mitad del siglo XX, y que unos 100.000 mayas fueron aniquilados durante el conflicto que asoló Guatemala sobre todo en los años 80 (Crump, 1998:135). Sin restar importancia a estas formas extremas de aniquilamiento cultural, la destrucción de las culturas indígenas se ha debido en la mayoría de los casos a las consecuencias del desarrollo, menos visibles que las del exterminio directo pero más sostenidas. En efecto, como explica Cannon (1993:134-8), el desarrollo, entendido como un proceso de modernización y asimilación, ha supuesto para muchos pueblos indígenas una pérdida de sus recursos naturales y productivos, así como una perturbación de su sistema económico, social y cultural. Una de las principales causas radica en la explotación comercial de su hábitat tradicional, frecuentemente por parte de grandes empresas multinacionales con el visto bueno del gobierno, que da lugar a la tala de la selva tropical, la roturación para cultivos de exportación de tierras antes utilizadas para la ganadería nómada o la agricultura de subsistencia, la explotación de recursos petrolíferos o mineros, la contaminación de las aguas, o la construcción de grandes infraestructuras (carreteras, presas). Todo ello les ha supuesto a muchas comunidades la pérdida del acceso a los recursos de los que antes disponían, e incluso a veces migraciones forzosas como desplazados internos a otros lugares, dando lugar a una grave amenaza a su cohesión social y cultura propia, así como a una disminución de su capacidad de disponer de unos sistemas de sustento que satisfagan sus necesidades básicas (ver titularidades medioambientales; bosques). Los procesos de integración y asimilación de los grupos indígenas dentro de los Estados se han realizado en términos discriminatorios hacia ellos, por lo que sus integrantes suelen figurar entre los ciudadanos con un mayor grado de pobreza y vulnerabilidad. Ahora bien, entre ellos, las mujeres suelen sufrir una situación relativamente peor que los hombres, dado que, al disponer de una menor movilidad fuera del hogar y, consiguientemente, un menor conocimiento de la lengua oficial, tienen menos posibilidades de relacionarse fuera de su grupo con la cultura dominante. Todo esto actúa en detrimento de su autonomía social y económica (ver género y desarrollo). Las reivindicaciones de los pueblos indígenas en cuanto al respeto a su herencia cultural y a su identidad se han incrementado después del fin la II Guerra Mundial (UNHCHR, 1997), al tiempo que su problemática ha ganado peso en la agenda internacional en las últimas décadas. Así, en 1977 se celebró en Ginebra la primera conferencia de ONG sobre temas indígenas, seguida por otra en 1981, también en Ginebra, sobre los pueblos indígenas y la tierra. En 1982 se estableció por las Naciones Unidas el Grupo de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (WGIP, por su nombre en inglés), cuyas tareas se orientan al respeto de los derechos humanos de los indígenas. Igualmente, la oit (Organización Internacional del Trabajo), en su Convenio 169 sobre pueblos indígenas de 1989, reconoce la necesidad de legislar y reconocer este tipo de derechos incluso por encima de los Estados. Como resultado de todo este proceso se ha llegado a elaborar un borrador de Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos Indígenas, que incluye aspectos como la autodeterminación, el derecho a preservar características culturales, la protección de recursos naturales, la participación en procesos de desarrollo, etc. En 1999, este borrador continuaba discutiéndose y avanzando poco a poco a través del sistema de Naciones Unidas (Gray, 1999). Sin embargo, uno de los principales obstáculos para la aceptación de estos derechos radica en el recelo de muchos Estados a reconocer los derechos colectivos o grupales, y no sólo los individuales, por las consecuencias prácticas que se podrían derivar. Por su parte, la declaración por la ONU del Año Internacional de los Pueblos Indígenas en 1993 y de la Década Internacional de los Pueblos Indígenas a partir de 1994 dan idea de la creciente sensibilidad respecto al tema. Entre las razones que han incrementado el interés por los pueblos indígenas figura la creciente preocupación en torno a los problemas medioambientales, el deterioro de la biodiversidad y el impacto culturalmente uniformizador de la globalización. Los modos de vida de esas poblaciones, adaptados a un medio con el que se interactúan de manera sostenible, se perciben cada vez más como un bien que debe conservarse, en medio de un proceso de asimilación por culturas dominantes y de un modelo de desarrollo insostenible. En este sentido, se ha revalorizado la importancia del patrimonio cultural y de los ancestrales conocimientos de estos pueblos, por ejemplo en áreas como la botánica y la agricultura (ver conocimiento de la población rural) (Blunt y Warren, 1996). La utilidad científica y, sobre todo, comercial que pueden tener tales conocimientos es precisamente otro de los temas más controvertidos en este campo, por cuanto sus beneficios quedan en manos de las empresas amparadas por las leyes de propiedad intelectual (Simpson, 1997). Por su parte, el trabajo de las ong[ONG, Redes de, ONG (Organización NoGubernamental)] y agencias de cooperación para el desarrollo debe tener en cuenta las especiales características de las poblaciones indígenas, mediante el diseño de proyectos ajustados a su realidad así como alentando su participación en programas y políticas más amplias. En este sentido, es preciso no olvidar que las iniciativas de apoyo y promoción pueden chocar con políticas de desarrollo tendentes al crecimiento económico o a la introducción en las corrientes dominantes de la economía mundial. Para superar esta posible contradicción, Fiering y Prouveur (1999) proponen que la ayuda de la Comunidad Europea debería incorporar los siguientes criterios: a) Integrar la dimensión indígena en los proyectos de desarrollo. b) Fomentar las redes de trabajo de grupos indígenas. c) Incluir en la agenda del diálogo político con los países receptores el tema del reconocimiento de los movimientos indígenas, así como de los derechos legales y presencia internacional de los indígenas. d) Proteger los derechos de propiedad intelectual de los indígenas sobre sus conocimientos y recursos genéticos. e) Apoyar su participación en negociaciones referentes al medio ambiente, especialmente sobre la biodiversidad nacional. J. G. Bibliografía
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