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Género y saludNorma VázquezPartiendo del planteamiento de la oms[Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados,ver ACNUR, Departamento para la Ayuda Humanitaria de la Comunidad Europea, ver ECHO, Comercio justo, Comida o dinero por trabajo,Proyectos/Programas de, ECHO (Departamento para la Ayuda Humanitaria de la Comunidad Europea), INSTRAW (Instituto Internacionalde Investigaciones y Capacitaciónde las Naciones Unidas parala Promoción de la Mujer), Medios de comunicación, OMC (Organización Mundial de Comercio), OMS (Organización Mundialde la Salud), Comité de Ayuda al Desarrollo,ver CAD, Educación sanitaria y promociónde la salud, Emergencia compleja, Economía moral , ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), CAD (Comité de Ayuda al Desarrollo)] (Organización Mundial de la Salud), según el cual “la salud no es sólo la ausencia de enfermedades o dolencias, sino un estado de pleno bienestar físico, mental y social”, la Plataforma de Acción de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995) señala que la salud de las mujeres incluye su bienestar emocional, social y físico, el cual está determinado por el contexto social, político y económico en que las mujeres viven, así como por sus características biológicas. Desde este enfoque, la desigualdad de género aparece como uno de los principales obstáculos para que las mujeres accedan a la salud. Tradicionalmente, se ha supuesto que las diferentes necesidades en materia de atención sanitaria entre las mujeres y los hombres eran debidas exclusivamente a sus distintos papeles en la procreación, por lo que los servicios de salud para las mujeres han estado centrados en los aspectos relacionados con el embarazo, el parto y el período de postparto. De ahí la denominación generalizada de “atención materno-infantil” que ha guiado la prestación de servicios de salud dirigidos a los sectores femeninos. El análisis de género ha hecho visible la construcción social de la feminidad y la masculinidad, según patrones que modelan distintos perfiles de salud y enfermedad; así mismo, ha llamado la atención sobre las desigualdades entre los géneros en el acceso a bienes y recursos esenciales para una vida digna, entre ellos los servicios que pueden permitir a las mujeres el disfrute de una vida saludable, permitiendo una más adecuada detección y atención de los problemas de salud de la población femenina. Así mismo, ha señalado el papel que las presiones culturales desempeñan en la mayor prevalencia de la anorexia nerviosa entre las adolescentes de los países desarrollados, por ejemplo, o los embarazos a temprana edad en los menos desarrollados. Los anhelos de cumplir un prototipo de belleza o de acatar el mandato de la maternidad como realización máxima de la mujer son factores de riesgo en este tipo de problemáticas de salud, como lo son las tensiones que viven los jóvenes para mostrar comportamientos agresivos y competitivos, característicos de la masculinidad tradicional, que les llevan a morir en mayor porcentaje en accidentes de tráfico o riñas callejeras. En ambos casos, la prevención y atención de problemáticas asociadas a la salud requieren de un análisis diferenciado por género para ser más efectivas. En los últimos años, y gracias a esta visión de género, se ha ampliado la comprensión de los problemas de salud de las mujeres al tiempo que se ha señalado la influencia de su condición de subordinación en las enfermedades que con mayor frecuencia les aquejan, por ejemplo: – La malnutrición, que significa desnutrición en algunos países y obesidad en otros. En el primer caso, a la pobreza de millones de hogares se suman las pautas culturales sobre la alimentación, que ubican a las niñas y a las mujeres en el último lugar a la hora de recibir el poco alimento con el que cuenta la familia. Esta situación se agrava en situaciones de desastre, hambruna y conflicto. – Los riesgos para la salud relacionados con el trabajo doméstico. El contacto con aguas contaminadas afecta más a las mujeres que a los hombres, pues son ellas las que se encargan del lavado de ropa; así mismo, las afecciones respiratorias son más prevalentes en la población femenina debido al humo de las cocinas, lugar en donde ellas desarrollan buena parte de su jornada doméstica. Aun contando con mejores condiciones para el trabajo doméstico, éste ocasiona daños a la salud hasta ahora poco reconocidos como una sintomatología propia del ama de casa. – Los riesgos para la salud asociados con ciertos trabajos remunerados caracterizados por la repetición, la sobrecarga física y el uso de maquinaria generalmente diseñada a la medida de la fuerza de los hombres. Así mismo, el acoso sexual en el ambiente laboral puede ocasionar problemas de salud mental como ansiedad, miedo, depresión u otros. – La fatiga, el estrés y otras somatizaciones causadas por la “doble jornada” desempeñada por las mujeres que trabajan dentro y fuera del hogar. – Los problemas de salud sexual y salud reproductiva (ver derechos sexuales y reproductivos), donde destacan las consecuencias del uso de anticonceptivos y una creciente difusión de las enfermedades de transmisión sexual y VIH/SIDA(ver sida). – Los problemas de salud mental, particularmente la depresión, que se presenta de dos a tres veces más en las mujeres que en los hombres. La población femenina realiza tentativas de suicidio en mayor número que los hombres, aunque consigue su objetivo en menor proporción que éstos. – Las consecuencias de la violencia, en forma de daños físicos, lesiones o discapacidades permanentes, embarazos no deseados, así como miedo, ansiedad, depresión, problemas alimentarios y disfunciones sexuales, entre otros problemas de salud mental (ver mujeres, violencia contra las). Aunque los problemas de salud de las mujeres pueden incrementarse durante la edad reproductiva, éstos comienzan desde la infancia. Si bien, en general, las mujeres viven más tiempo que los hombres, también tienen más años de mala salud cuando llegan a la vejez. En ello influye el hecho de que las mujeres se preocupan constantemente de cuidar la salud de las demás personas, sobre todo de sus hijos e hijas, dejando su propio cuidado en último lugar. Según estimaciones realizadas en países pobres, las mujeres pasan entre 9 y 21 años de su vida cuidando niños y niñas pequeñas. El rol de cuidadoras de la salud familiar asignado a las mujeres (ver género, roles de) es perpetuado por los servicios sanitarios, que lo consideran una función exclusivamente femenina y no tienen en cuenta el tiempo, la disposición ni las condiciones en que este trabajo se realiza. Lejos de ello, se culpabiliza a quienes se resisten a la tarea de cuidar, sin apoyo y asesoramiento, criaturas enfermas, personas ancianas o discapacitadas, enfermos mentales o que están en una fase terminal de sus afecciones. La salud de las mujeres en el mundo varía de un país a otro, dependiendo del nivel de desarrollo del país en cuestión y de la capacidad de decisión que las mujeres hayan logrado sobre sus vidas y su salud. La pobreza acentúa las desigualdades de género y, cuando las situaciones son más adversas, las mujeres suelen estar en una situación más vulnerable. Por ejemplo, una mujer africana tiene 180 veces más probabilidades que una mujer de Europa occidental de perder la vida debido a complicaciones del embarazo (PNUD, 1995:43). Otro factor que influye en la detección tardía o incluso en la desatención de algunas enfermedades es la falta de conocimiento y acceso de las mujeres a los servicios de salud. En muchas sociedades son los hombres quienes por tradición, conocimientos y recursos se manejan mejor en los sistemas de salud y deciden sobre la asistencia o no de sus mujeres a los centros sanitarios. En el caso de la atención ginecológica, el pudor y la prohibición de ser vistas por otros hombres que no sean sus maridos impide a las mujeres el acceso a los cuidados de su salud sexual y reproductiva. Las mujeres musulmanas en algunos países, como en el Afganistán gobernado por los talibanes, no pueden ser examinadas más allá de la exploración del pulso ante cualquier dolencia, incrementándose con ello el número de defunciones femeninas. Problemáticas como el embarazo adolescente, que ocurre al 50% de las jóvenes menores de 20 años en Guatemala y al 80% en Bangladesh; la mutilación genital, que en cualquiera de sus cuatro formas (la sunna ligera, la sunna modificada, la clitoristomía y la infibulación) afecta a más de 130 millones de niñas y mujeres en el mundo; y el crecimiento de la pandemia del VIH/SIDA entre las mujeres de los países pobres que no pueden exigir al hombre el uso del preservativo en sus relaciones sexuales, son emergencias de salud pública que evidencian los nexos entre salud y subordinación femenina, pudiendo considerarse esta última como el factor de riesgo asociado a su mortalidad en estos casos. Por todo ello, los acuerdos emanados de la Conferencia Mundial sobre Población y Desarrollo (El Cairo, 1994) y la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995), al tiempo que reafirman la salud como un derecho humano y renuevan el interés en una definición amplia de salud, subrayan que las mujeres deben ser vistas como individuos con funciones múltiples y no sólo como madres y reproductoras, y enfatizan la necesidad de identificar, desde una perspectiva de género, los factores que promueven y protegen la salud, incluyendo el acceso a servicios de calidad para las mujeres. Igualmente, plantean que la promoción de la equidad de género y el respeto de los derechos humanos de las mujeres son elementos básicos de toda estrategia que apunte a garantizar el acceso de las mujeres a la salud. N. V. Bibliografía
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